El padre Henry Asterio Rodríguez Romero es el responsable de la pastoral vocacional de la diócesis de San Pedro Sula y de trabajar en la formación de los sacerdotes. El clérigo considera que los jóvenes viven vacíos de amor, por eso buscan refugio en las drogas, el sexo, o en el dinero, lo que al final puede llevarlos a la delincuencia como la extorsión y otras formas de violencia.
El derramamiento de sangre en el país no tiene otro origen más que el amor al dinero y al materialismo, dice este cura responsable de la pastoral vocacional. Rodríguez estima que la sociedad está pagando muy caras algunas facturas y debe trabajar para que no se siga derramando más sangre. “Debemos de dar amor a nuestros jóvenes”, dice a LA PRENSA en una entrevista. El présbitero motivó a las familias a orar por las vocaciones.
La oración, en primer lugar, es la petición que el Señor Jesús nos hace. Todas las vocaciones son buenas, todas son importantes y es tarea de toda la iglesia ayudar a los que han entregado su vida al servicio. La preparación no solo es ardua en lo académico, y espiritual también en lo económico. Por cada seminarista mayor el costo anual asciende a L70,000 pero, esa aportación que realia la diócesis no cubre todos los gastos que el seminario necesita.
No hay indiferencia a la vida religiosa por parte de los jóvenes, hay más bien miedo al compromiso, terror a lo definitivo. Y eso en una cultura de lo desechable, lo descartable, de lo “novedoso” e inmediato, pues sí que no solo resulta indiferente sino aterrador. El joven de hoy no está educado para esforzarse ni tampoco para asumir compromisos, hay igual miedo a la vida religiosa como al matrimonio.
Lleno de grandes desafíos, en primer lugar, los padres deben ser conscientes que educan a una generación que lucha por tener esperanza en un medio hostil, y que hay dos rutas que pueden ser fatales: la primera es pensar que no se puede hacer nada ante la cultura de la muerte que nos rodea y los muchachos se van de las manos, la otra es hacer vivir a los hijos en un mundo de fantasía, en donde el dinero reemplaza el amor y el tiempo. El equilibrio es difícil pero de la mano de Dios y de la Iglesia es posible, sin importar el contexto social cuando la familia encuentra en Jesús su centro, los problemas no desaparecen, pero se enfrentan y soportan mejor.
Amarlos mucho en primer lugar, los jóvenes viven vacíos de amor, por eso buscan refugio en las drogas, el sexo, o el dinero fácil, alguien que se sabe amado se siente invitado a amar más y mejor, y eso es un sacerdote, alguien que ha decidido a amar sin medida a imagen de Cristo. En segundo lugar, asistiendo a la Iglesia, los seres humanos aprendemos viendo, si el niño crece viendo a buenos sacerdotes posiblemente se inspirará. Hay que educarlos en el servicio, un joven que crece sirviendo, ir a la pulpería, lavar su plato, barre su cuarto sin esperar nada a cambio y cultivar el voluntariado con aquellos que tienen menos que él.
Nuestra sociedad está pagando muy caras algunas facturas: la paternidad irresponsable, la falta de educación en valores, la cultura de consumismo, la corrupción estatal y sobre todo la falta de Dios.
Para quienes amamos esta tierra es doloroso ver que tantas familias hondureñas lloran a diario un derramamiento de sangre infame, que no tiene otro origen que el amor al dinero y el materialismo irracional que ha corrompido las almas de muchos jóvenes, que con dirección guía y amor seguramente serían hombres y mujeres de bien. No podemos perder la esperanza, hay que luchar por sembrar valores y sobre todo amor a Dios en la nueva generación.
Ser coherentes con lo que dicen y hacen, siendo cercanos y enseñándoles el camino hacia Dios, que quiso estar entre nosotros, sobre todo entre los más pobres.