En restaurantes de Estados Unidos y Europa miles de personas degustan caros y deliciosos platillos de langosta hondureña, sin imaginar de dónde viene aquel crustáceo y a qué costo humano llegó hasta sus mesas.
Mientras alguien utiliza un brillante cubierto para degustar la blanca carne de langosta en un fino restorán, a varios miles de kilómetros de ahí, misquitos hondureños se sumergen hasta 130 pies de profundidad sin el equipo adecuado en las aguas del mar Caribe, exponiendo su salud y su vida para capturar más crustáceos.
Un triste ejemplo del peligro mortal que se corre en esta pesca de langostas es la tragedia del pasado 3 de julio, cuando murieron 27 personas y seis quedaron desaparecidas tras el naufragio del barco pesquero Capitán Waly, que se hundió en el mar Caribe, frente a las costas de Puerto Lempira, por exceso de peso.
Costos
A los buzos se les cobra por el uso de la cámara hiperbárica, pero si no tienen dinero siempre se les atiende.
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El hilo invisible. A pesar de esto, según el Censo Nacional de Población y Vivienda del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), en Puerto Lempira el 61.2% de la población se dedica a la pesca, agricultura, ganadería o silvicultura.
Para dar a conocer la realidad que se vive en La Mosquitia hondureña, una zona rezagada y olvidada a lo largo de los años, Diario LA PRENSA recorrió las comunidades más pobres y aisladas de Puerto Lempira, de donde son muchos de los buzos misquitos.
Cámara hiperbárica en el hospital de Puerto Lempira.
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Mientras la venta de langosta es un negocio que genera millones de dólares al año, a los misquitos de Honduras les pagan apenas entre L60 y L75 por cada libra que les compran del crustáceo.
La langosta es como un hilo invisible que a la distancia une a la pobreza y la opulencia.
En un extremo, la langosta es un negocio de potentados, al otro, los pescadores que la obtienen viven con sus familias en chozas de madera, sin electricidad ni agua potable ni sistema de saneamiento.
La prosperidad nunca llega para estos hondureños, a pesar de haber trabajado por años pescando el crustáceo.
En cayuco pescan algunos misquitos.
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Y es que además de exponerse a las tragedias marítimas, tras unos años los buzos misquitos también suelen padecer severas secuelas en su salud, que los dejan postrados con alguna discapacidad o por la que incluso pueden morir si no reciben el tratamiento adecuado.
La parálisis que sufren es debido a la llamada “lesión del síndrome de descomprensión por buceo”.
En la región, el único lugar para atender este padecimiento es la cámara hiperbárica que está en el Hospital de Puerto Lempira.
La venta de langosta es un negocio millonario.
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El grado uno es cuando pueden caminar, pero no pescar porque tienen un dolor agudo en sus articulaciones.
El grado dos es cuando tienen paralizados sus miembros inferiores.
“Pueden sufrir hemiplejia o cuadriplejia. No pueden movilizarse ni orinar o defecar por sí solos”, explica Mendoza.
Mientras que el grado tres es cuando el buzo llega inconsciente. “Se ingresa a la cámara, y algunos logran mejorar”, cuenta el operador.
En Puerto Lempira, lo evidente es que el problema no es que una gran cantidad de personas se dediquen a la pesca de langosta, pues es la única fuente de sustento para incontables familias misquitas.
El problema es que ellos no tienen el equipo adecuado para bucear, por lo que en las profundidades del mar dejan su salud o la vida.
Nixon quedó en silla de ruedas por bucear.
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