26/04/2024
08:29 PM

La nadadora Angie Grisell Galdámez y el precio de la gloria

Su mejor regalo es el viaje a Estambul, Turquía, al Campeonato Mundial de Natación.

    Se han cumplido 10 horas de lluvia. Angie se quita el suéter azul y sin pensar en el frío se lanza al agua.

    A las 4:30 de la mañana, un torrencial aguacero comienza a inundar las calles de San Pedro Sula reviviendo los recuerdos del huracán Mitch. Cuando ese poderoso huracán se ensañó con Honduras, Angie Grisell Galdámez apenas tenía dos años.

    La primera vez que se sumergió en una piscina, la idea de sus padres era que aprendiera a nadar.

    A los 11 años ganó su primera medalla como nadadora y hoy tiene su mirada puesta en Estambul, Turquía. Ahí participará en el Campeonato Mundial de Natación de Piscina Corta.

    Su sacrificio, entrega y disciplina quedan revelados tras pasar 24 horas con esta estrella de la natación. Su jornada inicia en la madrugada. Se levanta al filo de las cuatro, se toma un licuado preparado por su mamá y sale en compañía de su papá.

    Su destino es Delfines Sampedranos. Es la primera y la única en llegar ese miércoles 28 de noviembre.

    “Está heladito”, expresa. Enseguida, Leonardo Coro González, su entrenador, le da instrucciones: “800 metros libre y dos 100 combinado individual”, le indica.

    A partir de ese momento, la piscina de 50 metros de largo, 25 de ancho y 1.65 de profundidad se convierte en su mundo.

    La intensidad de la lluvia aumenta y cae sobre su espalda. Ella no se detiene.

    Su resistencia es impresionante. Su disciplina, impecable.

    “Tiene hambre de triunfo, disciplina, entrega e interés de estar aquí cada día”, comenta Coro, quien supervisa que Angie cumpla su riguroso entrenamiento.

    A pocos metros está José Luis Galdámez, padre de la nadadora. También la observa.

    Coro le da una segunda instrucción y ella la cumple a cabalidad.

    Antes del amanecer, Angie ya ha nadado hora y media. Sus actividades apenas empiezan.

    Le quedan 45 minutos para salir del agua, ponerse su uniforme y llegar a Big Step, donde cursa su décimo año.

    “La vi lenta”, comenta su papá mientras conduce camino a la escuela. Sus conclusiones son parte de la rutina del día a día. “La observo y le digo los errores que comete en la piscina”. Angie se toma un yogur. Guarda un jugo de naranja y se calla.

    Hay tráfico. La tormenta bajo la que Angie nadó ha causado un caos en San Pedro Sula. Ese día llega tarde a la escuela.

    Entra en el salón y se sienta en las filas de en medio. Saca los libros y con su rostro somnoliento trata de prestar atención en la clase. Angie tiene un índice académico de 80%. Todos los días se programa para cumplir una estricta jornada de entrenamiento y hacer las tareas que a diario le dejan en la escuela.

    Incluso para ir al cine debe programar la hora y el día. Lo mismo ocurre si la invitan a una fiesta. Debido a la lluvia, ese día la despachan al filo de las diez de la mañana.
    De pronto, la timidez empieza a desaparecer y cuenta un par de anécdotas.

    Como la ocurrida cuando tenía 10 años. Fue la primera en llegar a la meta, pero la descalificaron y perdió su primera medalla de oro.

    Lloró, pero tuvo paciencia y un año después lo logró. “Cuando comencé mi meta era ganar una medalla, pero en ese tiempo no sabíamos nada y escuchamos por el micrófono mi nombre y pensé ‘me están llamando a mí’”.

    Esa medalla la ganó en Tegucigalpa, en piscina corta. Desde entonces ha acumulado 238 medallas, entre oro, plata y bronce, 12 trofeos y una placa de reconocimiento. Ha representado a Honduras en El Salvador, Costa Rica y Guatemala.

    Ahora sumará a su experiencia la participación que tendrá en el mundial de Turquía. Su sueño: una beca para estudiar en el extranjero y, desde luego, ir a las Olimpiadas y a otro mundial.

    Aunque aún no decide cuál será su carrera universitaria, se inclina por la psicología. “Quiero ayudar a los niños”, dice.

    Alcanzar cada uno de sus logros le ha costado tiempo de sueño, de diversión y hasta de descanso.

    Ya casi es mediodía y debe almorzar. Se come unos espaguetis hechos por su mamá. Descansa unos minutos y acompaña a su papá a hacer unos mandados.

    Si no la hubieran despachado temprano, habría tenido que almorzar dentro del carro de José Luis, como lo hace casi todos los días. A las 3:00 de la tarde, otras actividades la esperan. De nuevo llega a Delfines, esta vez más sonriente y con más ánimo de conversar.

    Antes de su rutina en el gimnasio del complejo, platica con sus amigas, también nadadoras.

    De nuevo, la voz de Coro le recuerda que es momento de ejercitarse.

    “Aquí le toca hacer ejercicios de fuerza para ganar resistencia”, explica el entrenador más laureado de la natación hondureña.

    Angie permanece en el gimnasio de 3:30 a 5:00 de la tarde. La lluvia continúa. Pocos deportistas llegan esa tarde a Delfines.

    Uno a uno se van sumergiendo en la piscina siguiendo las indicaciones de sus entrenadores.

    Al salir del gimnasio, a Angie la espera lo mismo. Por la tarde debe nadar otras dos horas aproximadamente.

    Ese horario lo debe cumplir de lunes a viernes. El único día que no acude por la madrugada a Delfines es el miércoles, pero no descansa de sus actividades físicas.
    Ese día corre dos horas en las cuadras que rodean su casa en el barrio Medina.

    Aunque cada día representa un sacrificio, Angie no imagina su vida fuera de una piscina.

    No recuerda la última vez que no practicó. “Es una vocación. Cuando me toca faltar por estudios, extraño estar en el agua”.

    Así como llegaron los nadadores, empiezan a retirarse uno a uno. Angie y Gabriela Paredes continúan en la piscina, pero la práctica está por terminar. Nadan 20 kilómetros cada sábado. Ese día le toca estar en Delfines de 7:00 a 10:00 am.

    Por las tardes estudia computación y los domingos camina dos horas en el bulevar La Esperanza.

    A esta jovencita le exigen su entrenador, su papá y su mamá, que cuida su alimentación.

    “Mi familia me apoya en todo lo que ocupo; en las competencias siempre están conmigo. También le doy gracias a mi entrenador Coro. Gracias a ellos he obtenido estos resultados”, añade agradecida.

    Al llegar a su casa se cambia y vestida de negro empieza a saltar la cuerda. Descansa unos 15 minutos cuando su mamá Grisell Mercedes la llama a cenar.

    Para cumplir con todo, Angie no puede perder un minuto de su tiempo.

    Al terminar su cena saca sus cuadernos y su computadora. Es hora de hacer tareas para luego descansar.

    Hace una semana logró lo inimaginable. Desbancó a Ana Joselina Fortín, la número uno de la natación catracha. No le ganó solo una prueba, sino 11. Su sacrificio ha dado resultados. Hoy sus sueños son otros y entre ellos está darle gloria a Honduras por todo el mundo.

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