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El mar los salvó, dicen pescadores hondureños que naufragaron

  • 17 mayo 2014 /

Los tres isleños relataron su odisea de seis días a la deriva en alta mar y sin comer.

San Pedro Sula.

El mismo mar les ayudó a salvar sus vidas a los tres pescadores de Guanaja que durante seis días permanecieron a la deriva en un cayuco de motor, pues el oleaje los fue empujando suavemente hasta Belice donde fueron rescatados.

Si el mar hubiera estado tranquilo, tal vez no estuvieran contando la historia porque al no haber oleaje, el viento y la corriente cambiante los hubiesen alejado rápidamente con otra dirección, comentó Bryan Puerto luego que con sus compañeros desembarcara en Puerto Cortés el pasado viernes.

Manifestó que la pequeña embarcación era conducida por Danly Coello, el mayor de ellos, cuando se apagó a unas ocho millas al noreste de la isla de Guanaja, de donde habían salido en horas de la mañana el martes 6 de mayo.

El tercero de los muchachos que llegaron en la embarcación para pasajeros Starla, procedentes de Belice, es Don Darwel, cuñado de Bryan.

Los tres lograron sobrevivir tomando solamente agua hasta que fueron rescatados por guardacostas de Belice la madrugada del lunes. Para protegerse del ardiente sol permanecían ocultos dentro de un hueco que tiene la panga en la punta, relataron. Es como un cajón de ocho pies de largo en el que cabían los tres acostados sobre una colchoneta.

A la una y media de la tarde de aquel martes soleado en que dejó de funcionar la lancha, ya habían colectado unas 15 libras de pescado rojo. Ese día no llevaron comida como otras veces, solamente un tambo grande de agua y una botella adicional, porque no pensaban ir muy lejos.

Ninguno de los tres llevó tampoco su teléfono celular, así que quedaron completamente incomunicados en el agua, esperando que pasara otra embarcación para hacerle señas, pero llegó la noche y nada sucedió.

Al día siguiente se dieron cuenta que la lancha se desplazaba hacia el oeste a 1.2 millas por hora al ser empujada por el fuerte oleaje. Temiendo quedarse sin agua, decidieron racionarla tomando solamente un sorbo por la mañana, otro al mediodía y otro al acostarse.

Lo primero que hacían al levantarse era escudriñar el horizonte tratando de divisar una embarcación, pero lo único que avistaban era agua por los cuatro puntos cardinales. Ni sombras de montañas se veían, solamente unas aves blancas en el cielo y manchas de peces en el agua, pero estos ya no les interesaban.

Tenían a la disposición los que habían pescado el día anterior para no morir de hambre, pero no se los quisieron comer después de ponerlos a tostar en el sol porque resultaron demasiado salados.

El sabor salado que tenían los filetes de pescado seco no era malo, el problema era que si los comían les daría más sed y consecuentemente más rápido se les agotaría el agua. Como hombres de mar sabían que la deshidratación los podía aniquilar más rápido que la falta de alimentación.

Los días y las noches se sucedían iguales mientras el cayuco sin fuerza avanzaba hacia el noroeste, según podía registrar Danly Coello en un aparato GPS que siempre lleva colgado al cuello. El sábado lograron avistar lo que parecía ser un barco cargado de contenedores, pero ni siquiera le hicieron señas porque a esa distancia la panga sería como un puntito perdido en la inmensidad.

Nadie los vería porque mediaban unas diez millas de distancia entre los pescadores y el carguero que posiblemente iba rumbo a Puerto Cortés.

Al día siguiente, la falta de alimentos comenzó a hacer mella en el estómago de Bryan, pues sintió un agudo dolor “debajo de las costillas” que lo siguió acompañando en toda la travesía.

Ese domingo por la tarde se tomaron el último sorbo de agua, pero siguieron manteniendo la calma, aunque sabían que si nadie los socorría podían sucumbir en dos semanas.

“Tratábamos de no pensar en comida ni en lo lejos que estábamos de tierra firme para no desesperarnos”, dice Bryan.

Pudieron morir de inanición o de sed, pero el mayor riesgo de perecer se les presentó al amanecer del lunes cuando fueron a quedar encallados en un arrecife estando ya en aguas de Belice.

Ante la inminencia de chocar contra el promontorio de rocas que surgió entre la oscuridad, Bryan se hizo cargo del control del cayuco mientras Danly lanzaba una plomada al mar para lograr su estabilidad.

Esas maniobras aprendidas en sus vidas de pescadores, evitaron que la panga fuera golpeada por una ola y que el impacto con las rocas fuera catastrófico.

Su salvación

Estaban gastando sus últimas fuerzas -después del percance del arrecife- en rescatar el cayuco cuando vieron a unos pescadores a quienes hicieron señas con las manos para que los auxiliaran.

No les ayudaron a sacar el cayuco, pero fueron rápidamente a avisar a las autoridades más cercanas sobre la presencia de ellos.

Como a la hora llegaron los guardacostas para auxiliarlos y remolcar el cayuco con una lancha patrullera hacia una base naval de la ciudad de Dangriga.

Allí les dieron tortilla con carne enlatada y café, pero antes los hicieron tomar agua tibia para que no les fuera a hacer daño por el largo tiempo que estuvieron sin comer. La embajada de Honduras en Belice los puso en un hotel, les dio para los gastos y los envió a Puerto Cortés donde los recogió un tío de Danly. Ahora están en Guanaja mientras la panga sigue en la Base Naval de Belice, con los pescados que la sal y el sol mantienen conservados.