26/04/2024
07:16 AM

Karla Patricia Toro, una chica ejemplo de coraje en Honduras

Karla Patricia Toro no puede moverse por sí misma ni ve bien; pero es feliz.

Doce años lleva acostada sobre una cama de agua, casi sin poder ver, con sus piernas y manos deformes. No obstante, se comunica con sus amigos a través de su teléfono celular y puede sintonizar sus emisoras en un equipo de sonido que le regaló el Príncipe de la Bachata, Frank Reyes, después que la visitó en su casa.

Karla Patricia Toro nunca fue a la escuela debido a que al mes de nacida comenzó a paralizarse su cuerpo. Sin embargo, aprendió a leer y escribir por cuenta propia en su cama y ahora no hay quien le gane mandando mensajitos por su celular.

Logró conocer el pueblo de Santa Cruz de Yojoa, donde nació, a los 15 años gracias a que el párroco Enemesio Delcid la llevó en su carro a recorrer las calles del poblado cuando ella todavía podía sentarse.

Vivía encerrada en su cuarto desde que los médicos dieron el diagnóstico de que la niña tenía poliomielitis , así que ya no se podía hacer nada. Su padre le hizo una sillita de madera para que no estuviera solo acostada, pero no pasaba del cuarto a la sala y de la sala al comedor.

Cuando tuvo conciencia de su situación, Karla pasaba llorando y reclamando al Señor por qué le había hecho esa jugada a ella, y no a otras personas que ocupaban las manos para hacer el daño.“Pasaba en guerra con el Señor y encerrada en mi propio mundo, no permitía que nadie se acercara a mí porque creía que lo hacían por burlarse”.

Las pocas personas que invitaba a que estuvieran con ella en la cama eran a sus hermanitas para que le enseñaran lo que estaban aprendiendo en la escuela. Así fue como aprendió a leer, escribir y a hacer dibujos soprendentes con sus dedos agarrotados.

Cuando murió su padre se sintió más sola y desamparada. Quedó al cuidado de su madre que se dedicaba a lavar y planchar ropa ajena, y de su hermana Dunia, quien la baña allí mismo en la cama porque ya no puede ni siquiera sentarse.

Karla Patricia es la menor de seis hermanos, cinco de los cuales, incluyendo ella y Dunia, nacieron con una enfermedad conocida como retinosis pigmentaria a consecuencia de la cual se pierde la visión paulatinamente. Los mundos de sombras en los que las hermanas están sumergidas no parecen ser obstáculo para que la mayor dé a la menor el auxilio que necesita día y noche, incluso comparta con ella los momentos de alegría que caben en sus vidas.

Cierta vez que cantaban alabanzas, más por diversión que por devoción, se les ocurrió que Dunia fuera a la casa parroquial a buscar nuevos cánticos.

“¿Y por qué no vienen a cantarlos aquí?, yo las puedo poner en el coro”, dijo el padre Delcid a Dunia. Esta le explicó que su hermana estaba postrada y por tanto no podía salir de su cuarto.
“Pues vamos a la casa”, replicó el religioso.

Karla temblaba de los nervios cuando se dio cuenta que llegaba el cura, y más cuando escuchó su carro aparcándose frente a su casa. Era la primavera vez que un personaje de la comunidad llegaba a visitarla.

“Cuando el padre me preguntó si quería ir el domingo a misa, me tronó el corazón. El sábado no podía dormir pensando en el viaje a la iglesia, me preocupaba por lo que la gente iba a decir. Ni le van a poner atención al padre, por verme a mí, pensaba”.

Ese fue el comienzo de una gran amistad.

El padre la llevó en su carro a conocer el pueblo y luego le consiguió una silla de ruedas. “Poco a poco el mundo oscuro en el que yo vivía encerrada fue quedando atrás”.

Oscuro, no por su falta de visión, sino porque ella misma se lo había cerrado. “Era como si el Señor estuviera en mi puerta y yo no lo dejara entrar”.

La silla de ruedas que el padre le regaló la usó por poco tiempo porque de repente quedó paralizada completamente y no se podía mover por sí misma. Se le formó una protuberancia en la espalda que le impedía incoporarse. Cada vez que lo intentaba se desmayaba.

A pesar de que comenzaba una etapa más dura en el viacrucis de su vida no se apagó la luz de felicidad y el optimismo que le inyectó el padre Delcid, quien ahora sirve en otra comunidad.

La sorpresa de su vida

El único movimiento corporal que puede hacer es ponerse de lado para encender un equipo de sonido que le regaló el bachatero dominicano Frank Reyes cuando vino a Honduras.

Sus ojos apagados destellan de felicidad cuando recuerda el día que lo tuvo parado frente a su cama. Fue una sorpresa de esas que solo se ven en algunos programas de televisión.

¿Usted es...? preguntó Karla a la sombra que estaba frente a ella saludándola. Soy Frank Reyes contestó el hombre al tiempo que se inclinaba a ella para besarla en la mejilla.

La muchacha no pudo contener un grito de emoción que resonó en el cuarto donde además se encontraban los locutores de la Power, quienes habían llevado hasta la casa de Karla al Príncipe de la bachata. Todo comenzó con una llamada telefónica que hizo Karla a la emisora sampedrana la cual tenía una promoción con motivo de su aniversario y la visita del cantante dominicano:

“Deje su número telefónico para que la llame Frank Reyes y le cante una canción al oído”, ofrecía el locutor Cristian Castillo. Resulta que cuando la llamada de la muchacha cayó ya había pasado la oferta, así que el locutor sugirió a Karla que mejor asistiera al concierto para que viera personalmente a su ídolo.

“No te creo mami”, contestó Castillo a su oyente cuando esta le dijo con sus voz diáfana y modulada que ni siquiera podía salir de su cuarto porque estaba postrada en una cama.
Cuando al fin los locutores se convencieron de que aquella mujer decía la verdad decidieron darle la sorpresa de su vida.

“Dame la dirección de tu casa que el sábado te llevaremos un paquete”, le dijo el locutor.

Entonces Karla pidió a su madre que la pusiera bonita porque iba a llegar aquella gente.

A la una de la tarde cuando ella había perdido las esperanzas aparecieron los locutores diciéndole que Frank tenía una conferencia de prensa en San Pedro Sula, pero que la iban a comunicar con él. La llamada se cortó y fue en ese momento que apareció el artista. “Creo que le quemé el cachete a besos”, recuerda Karla, sin dejar de reír.

Se sintió afortunada de haber tenido lo que tantas mujeres hubieran querido, a Frank Reyes en su cuarto cantándole al oído: Princesa, ¿quieres ser mi reina?

Herencia

Vive en una casa que le heredó su padre en el desvío a El Cajón. Su teléfono es el 9800-3359

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