Viendo que jugando fútbol no llegaría muy lejos en la vida, pese a ser un buen jugador, Antonio Miguel Mattheus buscó otros caminos hasta que se convirtió en un popular empresario de las comidas.
Su paso por los clubes Real España y Motagua le dio lecciones que le permiten ahora ser un analista crítico de la situación por la que atraviesa el fútbol desde que hacía estremecer las mallas de las porterías.
Su carácter afable se enturbia cuando recuerda las injusticias que se cometían en el fútbol por aquellos tiempos en que era un delito que un jugador pidiera un pago cuando había hecho una buena temporada.
No me lo va a creer, pero cuando llegué al España en 1979, mi sueldo era de 125 lempiras mensuales, y bien macaneado. Antes pedir tres mil lempiras porque uno había hecho una buena campaña era un insulto para el dirigente. Decían que uno estaba loco. Nos trataban como si fueramos esclavos. Después las cosas cambiaron. Ahora pagan miles y a veces el jugador no rinde.
A medida que pasaba el tiempo miraba cómo se trataba al jugador. Cuando el jugador no era apto lo echaban de forma grosera como hicieron con el Pando Castro. Le quitaron el uniforme para que hiciera el saque de honor en un partido entre España y Olimpia que se jugó en el estadio Morazán. En cuanto hizo el saque, un dirigente le entregó un sobre con la cifra vergonzosa de mil lempiras.
No era la forma de despedirlo, merecía más respeto. Fui viendo esas cosas y pensé: lo mismo van a hacer conmigo. Dormía con ese pensamiento. No quería para mí una cosa de esas, ni que a mis hijos se las llegaran a hacer. Eso me abrió los ojos para ver la vida de otra forma. A los 28 años empecé a preocuparme por mi futuro. Pensaba en comprar una propiedad para construir mi casa.
Después de todo esto obtuve mi primer número de taxi. Diez o doce años anduve en mi taxi, no era lo que yo quería, pues mi sueño era tener mi propio restaurante. Seguí luchando porque la vida es muy dura. Trabaja uno solo para pagar impuestos y la gente ya no aguanta.
Bueno, después vinieron mis hijos Michael, Michell, Laura y Denisse que me cambiaron la vida; pero también había la necesidad de alimentarlos y darles educación y fui comprando cosas para instalar mi negocio de comida frente al puente Bermejo. Cuando terminábanos de vender levantaba la carpa y la volvía a armar al día siguiente.
Después de Bermejo me fui a la entrada de la colonia Tara. Pero como hubo problemas por los contratos compré aquí (frente al Seguro Social), adonde sigo luchando.
Dos veces me asaltaron, y una vez una embarazada tuvo un bebé en el taxi cuando la llevaba al hospital. ¿Qué me tocaba? ayudarla junto con el esposo de ella. Allí conocí la placenta de las mujeres. Eso fue frente a la torre de Banpaís. Siempre llevaba y traía pacientes del Mario Rivas.
Por supuesto, miraba a personas desorientadas con una orden para hacerse una tomografía sin saber qué hacer porque allí no les explican.
Si necesitaban una carrera al centro y no tenían dinero, yo les decía que esperaran a que llegara otro cliente para que se pudieran ir gratis. Yo le agradezco al doctor Mario Pineda que no le cobraba a ese gente que yo le llevaba. Me vas a llevar a la quiebra, me decía bromeando cada vez que le llevaba a uno de esos pacientes; pero nunca se negó a hacerles una radiografía.
También los atendía sin ningún costo, usted sabe lo que cuesta una tomografía. A muchos médicos no les gustaba esto porque ellos ganan comisión por mandar estos pacientes a otros laboratorios.
Aquello era tan lindo porque la gente disfrutaba. Hoy no se va a los estadios a ver fútbol, sino a ver pelear. Muchos aficionados ya van con la maldad, armados con cuchillo, y si usted va en carro le quiebran los vidrios
árbitros que también terminan haciendo relajo. Ahora el jugador no les puede reclamar nada porque se creen dioses. Ellos no entienden que el público no va a ver que expulsen jugadores.
Todos los árbitros tienen su equipo favorito. Si pitan un partido, allí sale a relucir su corazoncito, por eso yo soy del criterio que hay que traer árbitros de otro lado.
Antes era peor, los árbitros le ayudaban en forma descarada a uno de los equipos. Yo creo que hay que mejorar el fútbol para que eso no siga sucediendo. La gente va a los estadios a ver al crack, no a ver a los árbitros.
Yo nací en Tela. Tuve una niñez dura, a mi mamá le tocó hacer también de padre de nosotros que éramos diez hermanos, once con un tío que vivía en la casa. Yo iba a la escuela, pero también ordeñaba vacas, amansaba caballos, criaba gallinas y cabros y le ayudaba a mi máma a vender en una boutique de su propiedad. Para sostenernos, mi madre también vendía lotería.
Estaba muy privado de los juegos, no me dejaban salir, tenía que justificar por qué salía; si mentía, me daban mi macaneada. Hasta los quince años ya podía jugar con el equipo del barrio.
Como hondureño, soy Motagua porque creeo que valora más a sus jugadores; Barcelona por España y por Italia no me gusta ningún equipo, y si hablamos de México, soy Tigres.
Me gusta salir a comprar todo lo que se necesita en el negocio y escuchar música de Phill Collins. Disfruto mucho la sopa de gallina hecha un día anterior.
Yo no tenía nada cuando llegué a San Pedro para jugar con el Real España. Dormía en la sede del equipo con otros jugadores que no tenían casa. Por cierto que esa sede la vendieron, yo creo que debieron convertirla en museo. Sigo luchando y aprendiendo más de la vida. Uno a veces espera más de la vida, pero hay otras personas que están peor.
Recuerdo con admiración al formador de reservas del España Wasko López que me trajo de Tela a San Pedro Sula para que jugara en El España, adonde estuve tres años como centrodelantero. A pesar de que el fútbol no me dio para vivir de él, me dio muchas satisfacciones.
Antonio Mattheus
Fecha de nacimiento: 26 de septiembre de 1959
Edad: 59 años
Ciudad de origen: Tela, Atlátida
Lugar de residencia: San Pedro Sula
Profesión: Contador
Religión: Católica
Equipo de fútbol: Motagua
Comida: Sopas y mariscos
Situación sentimental: casado