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Los cines, una pasión que vive en el recuerdo

  • 25 julio 2015 /

La llegada de las salas para adultos formó parte de una época de oro para muchos sampedranos.

San Pedro Sula, Honduras

Alfombras carmesí, sillas aterciopeladas en el mejor de los casos, luz tenue, ambiente enrarecido por las partículas de pasión que transpiraban los asistentes y la dulce sensación de lo prohibido al cruzar la puerta.

Aunque solo persisten en la mente de quienes añoran la ciudad de antaño las salas del cine Roxy, en el barrio Guamilito; el Rosa, en el barrio Paz Barahona; el Hispano y el Colombia, en el barrio El Centro; y el Lux, en el barrio Medina aún provocan una tenue sonrisa entre quienes los visitaron.

Estos negocios, vanguardistas para su época, fueron un bastión de la cultura popular que se abrió paso en la historia en la década de 1970, y cuyas huellas son casi inexistentes en la actualidad.

La llegada del cine pornográfico a Honduras coincidió con la mejor época del fenómeno por su masiva convocatoria y por su rivalidad con el cine 'normal' en cuanto a la calidad de los actores y de las historias que se contaban.

Para los hondureños que sonríen con el recuerdo, las discusiones sobre la mejor época sigue abierta. Los que vieron sus primeras películas XXX en los años 70 recuerdan con emoción cintas como 'Restaurante erótico', de 1977; 'Johnny toma París', de 1979; 'Chicas del autoestop', de 1978; 'Viudas en calor', de 1978, o 'Las tardes calientes de Pamela', de 1974.

En cambio, los que se educaron en los cines durante la década perdida podrían mencionar los filmes 'Rich bitch', de 1985; 'El barco del amor', de 1980, o 'Ídolo de matiné', de 1984.

Pasión condicionada

La atracción por lo prohibido valía el regaño de los padres, si es que se daban cuenta, y la gran aventura era contada a los amigos como muestra de zagacidad, hombría o desbordada pasión.

Pero la explosión de los cines XXX vino casi acompañada de inmediato por la censura. Las cintas carentes de situaciones sexuales podían ser vistas por todos. Las de moderada pasión eran autorizadas para menores de 15 años y las “de tono subido” para los mayores de 18. Las de actos sexuales explícitos estaban rigurosamente prohibidas para menores de 21.

La tijera hizo que audaces producciones como la franco-japonesa “El imperio de los sentidos”, de 1976, quedaran marcadas con la etiqueta XXX y anunciadas en los diarios con la leyenda “este filme contiene escenas que pueden herir su sensibilidad”.

Documentales como “África ama”, de 1972, “Caras de la muerte”, de 1978, o “Dulce y salvaje”, de 1983 llevaron el rótulo XXX a pesar de su bajo contenido sexual.

Cambio en horarios

La censura hizo que de las cinco salas mencionadas, solo el Roxy exhibiera todos los días desde los años 80 hasta su cierre definitivo.

Las otras cuatro pasaban la mayor parte de la semana los estrenos hollywoodenses y algunas producciones con restricción de ingreso para menores de 15 o 18 años de edad.

Lea: Cines, un recuerdo en la mente de los sampedranos

En el Hispano, el Colombia, el Lux y el Rosa, las películas más atrevidas que exhibían durante la mayor parte de la semana solo llegaban a mostrar cuerpos desnudos y erotismo fingido. Casi siempre el miércoles y el jueves desde las 7:00 pm las películas XXX eran prohibidas para menores de 21. Nadie podía ingresar si no portaba la cédula de identidad.

En los cuatro cines que no pasaban exclusivamente porno duro, las tandas de los miércoles y jueves a la 1:00, 1:15 o 1:30 pm, conocidas como matinés, se reservaban a las cintas familiares o, a lo sumo, prohibidas para menores de 15 años.

A cierta hora de la tarde, a veces cuando todavía no habían salido los cinéfilos de la tanda vespertina, los carteles de las películas 'normales' eran sustituidos por los de las producciones para adultos. En otras salas, a un lado y debajo de las pizarras de fieltro donde estaban fijados los carteles con tachuelas o chinchetas, se mostraban los pósteres de las cintas porno que se exhibirían por la noche.

El sufrimiento de los espectadores

Como las salas eran visitadas en su mayoría por la clase baja o media-baja, las instalaciones eran solamente funcionales y ello las condenó al deterioro y a la ruina.

Los baños carecían de puertas o no funcionaban; las salas no tenían aire acondicionado y los abanicos no bastaban. En la sala del Rosa, tanto calor hacía que los cinéfilos quitaran el plywood que servía para tapar un agujero en el que antes hubo un ventilador. Pero la luz entraba y no dejaba ver la película. No quedaba más remedio que taparlo de nuevo.

Los asientos dejaron de serlo y en casos como el cine Colombia, en los años 90, fueron cambiados por ringleras de metal parecidas a las de los parques.

Las fallas durante la proyección y los continuos cortes de las películas por los largos recorrido incrementaban la molestias de los cada vez menos aficionados.

En algunos casos, la cinta se quemaba y era necesario esperar que el proyeccionista hiciera los arreglos y volviera a poner el rollo. Mientras tanto, las luces de la sala se encendían y quienes buscaban el anonimato quedaban al descubierto.

Tecnología mató tecnología

La invasión del Betamax y el VHS fue otro clavo en la cruz del reinado del cine porno, que se desmoronó imperdonablemente.

A principios de los años 90, el cine Roxy dejó de pasar las viejas cintas de celuloide y cambió el proyector de carrete por una máquina que reproducía cintas de video tan baratas que durante un tiempo el cine tuvo tandas de tres películas seguidas: la función comenzaba a las 6:00 pm y terminaba en ocasiones a las 12:00 de la madrugada.

Solo los aficionados más incondicionales eran capaces de quedarse.

Pero la reducción de la oferta cinematográfica, que muchos critican aún en la actualidad en los cines modernos, la competencia de las nuevas salas “mejor acondicionadas, más populares y con precios bajos fueron la señal inequívoca de decadencia.

Las salas XXX cayeron una a una y al igual que los cines más “respetables” como el Variedades, el Tropicana, el Omni, el Presidente, el San Pedro, el Aquarius y el Géminis- dieron paso a las salas de los centros comerciales, reservadas a la exhibición de productos hollywoodenses para toda la familia, con alguna rarísima excepción.