19/04/2024
12:19 PM

En extrema pobreza viven los 8 mineros hondureños soterrados

LA PRENSA visitó a lo largo y ancho del departamento de Choluteca las casas de los soterrados en la mina de San Juan Arriba.

El Corpus, Choluteca, Honduras.

Cerca de las cinco de la mañana emprendían su viaje a la mina. La mayoría de veces a pie o a jalón. Los que vivían más lejos, como Óscar Fúnez y Santos López, se tardaban dos horas en llegar puntuales a su trabajo y regresaban alrededor de las cinco de la tarde.

Óscar Fúnez, de apenas 18 años, vivía con sus padres en la aldea El Cerrón en Concepción de María hasta el día de la tragedia. En una casa de adobe, sus familiares y amigos se han concentrado esperando verlo con vida.

Fúnez trabajaba por necesidad en la mina, según su madre Juana Gúnera, quien no para de llorar desde que supo que su hijo se accidentó en la mina y ya han pasado más de 100 horas en que no volvió a saber nada de él.

óscar cumplió 18 años en marzo, tenía tres meses de trabajar en la mina.

Su vecino, Santos López (40), también soterrado en la mina, fue quien le consiguió ese trabajo.

Óscar nunca le contó a su madre sobre los peligros de la mina. Acababa de graduarse de bachiller en Ciencias y Letras en un colegio de El Corpus. La pobreza no le permitió ir a la universidad.

A unos 200 metros de la casa de Óscar se sitúa la pequeña vivienda de Santos López.

Su esposa Ismaira relató que Santos trabajó por varios meses en la parte de procesamiento de la mina, pero en las últimas semanas se pasó a trabajar en los túneles por un mejor pago.

El minero tiene ocho hijos, el menor de 15 meses. Ahora es una familia desamparada, ya que Santos salía desde El Cerrón todos los días a trabajar para mantener a su familia.

VIDEO: Así fue el rescate de tres de los 11 mineros soterrados

Hermanos soterrados

En la comunidad de Tiscagua, El Corpus, viven los hermanos José Florentino Anduray (25) y Olvin Omar Anduray (19). María Josefina Anduray, madre de los infortunados, llora incansablemente al recordar los esfuerzos que sus hijos hacían al trabajar en la mina para mantenerla.

La madre contó que por las grandes necesidades sus hijos se metían en los túneles para sostener a su familia.

Florentino tiene dos hijos, los que mencionan que su padre ya está en el cielo, mientras María Josefina llora sin consuelo.

Olvin vive con su madre, la que relató que apenas llevaba semanas trabajando en la mina. Antes trabajó en las cañeras en Choluteca, pero se quedó sin empleo.

A los hermanos Anduray su familia los espera vivos o muertos. También se han congregado para orar por encontrarlos con vida; sin embargo, la realidad les hace pensar que nunca volverán a verlos con vida.

A un kilómetro de la casa de los Anduray vive Wilmer Ramírez (22), a quien sus padres describieron como la cabeza del hogar y el más preocupado por el bienestar de la familia.

Wilmer ganaba 250 lempiras diarios, apenas tenía una semana de haber empezado a laborar en San Juan Arriba.

Su madre Dolores dijo a LA PRENSA que Wilmer cumplió años el martes pasado, un día antes de la tragedia en la mina.

Jóvenes emprendedores

A unos 40 minutos de la mina se localizan las viviendas de los jóvenes mineros Arony Zepeda, de 23 años, y Geovany Cárcamo, de 17. Ambos son vecinos en la comunidad de El Zapotal, El Corpus, adonde no hay energía eléctrica.

Geovany tenía tres meses de estar trabajando en la mina ganando 200 lempiras.

La mayoría de veces llegaba tarde porque se quedaba haciendo horas extras en la mina para sacar un poco más de dinero.

Su abuela, Irma Martínez, recuerda que en muchas ocasiones le dijo que dejara de trabajar en “el hoyo”, que era demasiado peligroso.

La abuela comentó que era un joven muy educado y que era el responsable de la manutención de su madre y hermana, ya que su padre murió hace siete años, por lo que el joven minero tuvo que dejar los estudios y ponerse a trabajar para ayudar a su madre.

A una hora en la aldea La Cuchilla, Emilio Muñoz vive con su esposa y sus cuatro hijos. Su familia completa está en el campamento al pie de la mina esperando noticias.

Han dejado cerrada su casa en espera de retornar junto al minero.

Condiciones

Los ocho mineros soterrados viven en condiciones de extrema pobreza, lo que desvirtúa el rumor de que ganaban mucho dinero excavando en la mina. Además, la mayoría de ellos son jóvenes solteros que no encontraron otras oportunidades de empleo más que en la mina.

Sus familias esperan el retorno de ellos, aunque sea sin vida.

No se conforman con la idea de que las autoridades desistan de buscarlos y dejen sus cuerpos allí.

La espera continúa. Los caminos que recorrían los ocho son casi intransitables, colindan con Nicaragua y escasean los recursos básicos.

Además, sus parientes concuerdan en que eran hombres trabajadores, que sostenían sus familias y eran religiosos, la mayoría católicos.