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Los 20 años de abusos de Zoilamérica Ortega

  • 23 agosto 2008 /

'Afirmo que fui abusada y acosada sexualmente por Daniel Ortega Saavedra, desde la edad de 11 años, manteniéndose estas acciones por casi veinte años de mi vida', comienza el amargo relato de Zoilamérica Ortega Murillo, hijastra de Daniel Ortega, presidente de Nicaragua.

    'Afirmo que fui abusada y acosada sexualmente por Daniel Ortega Saavedra, desde la edad de 11 años, manteniéndose estas acciones por casi veinte años de mi vida', comienza el amargo relato de Zoilamérica Ortega Murillo, hijastra de Daniel Ortega, presidente de Nicaragua.

    Las escalofriantes declaraciones de la hija de Rosario Murillo, esposa de Ortega, son la base de la polémica que ha desatado la anunciada visita del mandatario nicaragüense a Honduras. Organizaciones internacionales de mujeres han denunciado la indiferencia con que se ha tomado.

    La mujer hizo esta declaración el 22 de mayo de 1998, cuando tenía 31 años, asegurando que los abusos en su contra fueron 'desde 1978 hasta febrero de 1998'.

    LA PRENSA reproduce extractos de la cruda declaración, pidiendo comprensión a los lectores que puedan sentirse ofendidos por las descripciones usadas, que han sido tomadas de forma textual del documento original.

    'Denunciar esta cadena consecutiva de hechos no me ha sido fácil, he tenido que vencer el fatalismo y el miedo a responder preguntas que formulé desde el fondo de mi ser, tales como: ¿Por qué me tuvo que suceder eso? ¿Qué hice yo para merecer la vida que tuve? Las respuestas me reclamaban despertar y rebelarme ante los grilletes impuestos'.

    Abusos

    'En 1978, en San José, Costa Rica, conocí a Daniel Ortega Saavedra, cuando yo tenía once años de edad no cumplidos. En ese país vivimos en condiciones de clandestinidad, de encierro... Daniel Ortega, cuyo seudónimo era Enrique, desde un inicio me inspiró miedo y desconfianza por la forma rara de mirarme desde entonces... Después de algunos días, me enteré que aquel hombre extraño era comandante, una persona muy importante para el resto de la gente y que sostenía con mi mamá una relación de pareja.

    Fue en este país y en los primeros meses que él se vinculó a nosotros, que comenzó su acoso con bromas y sugerencias de juegos malintencionados, en los que me manoseaba y obligaba a tocar su cuerpo. Luego, cuando el tiempo fue avanzando y se me presentaron las primeras manifestaciones de menstruación, decía: ‘Vos ya estás lista’, sin que interviniera confianza ni relación de afecto alguno. Después me asaltaba sorpresivamente en lugares oscuros para tocarme y durante mis baños me espiaba por encima de la cortina, escondiendo mi ropa interior y bromeando con ellas, algunas veces llegó a hacerlo en público. En muchas otras ocasiones amenazó con penetrar al baño estando yo adentro, advirtiéndome de que probaría lo que era bueno.

    Yo tenía en ese entonces una educación sumamente religiosa y por tanto consideré vulgares y soeces aquellas palabras y frases referidas a partes íntimas de mi cuerpo; cada vez que esto sucedía me sentía muy ofendida y ultrajada... Yo no tuve la oportunidad de decirle a alguien sobre aquellas frases, insinuaciones y bromas de mi agresor. A mi madre la consumían las múltiples ocupaciones o responsabilidades...

    No deseé crearle problemas a mi madre con su compañero y temí que interpretara que eran quejas para demandar atención materna. Cuando encontré a Daniel Ortega copulando con la empleada de la casa, no supe qué hacer, me sentí impactada, aturdida y bastante amenazada, pues las ofensas verbales fueron más frecuentes y chocantes para mí. Mi seguridad desapareció, pues las amenazas que me hizo en variadas ocasiones comenzaron a cumplirse por las noches; cuando mi madre dormía, Daniel Ortega se dirigía al cuarto donde me encontraba para arrecostarse en mi cama y rozarme con su pene partes de mi cuerpo. Recuerdo que me daban escalofríos, temblores y sentía mucho frío. Yo cerraba los ojos para no ver nada, permanecía inmóvil sin poder hacer nada.

    Temprano por las mañanas, cuando me alistaba para ir al colegio y mi madre dormía aún, él se levantaba y me observaba, ahora ya no sólo para verme por encima de la cortina del baño, sino para masturbarse. Esto lo llegó a hacer en reiteradas ocasiones.

    Me comenzaron, en esta etapa, pesadillas con imágenes difusas y sensaciones extrañas de miedo, que sumados a episodios de asco y rechazo empezaron a afectar mi manera de ser y mi propia interioridad. El tener un secreto que no tenés a quien contar me generaba mucha angustia.

    Inmediatamente después del asalto al Palacio Nacional, por razones de seguridad, mi madre, Daniel Ortega y nosotros (los muchachos), pasamos a vivir en una casa aparte, alejada de las actividades organizativas del FSLN... Las bromas de Daniel Ortega se fueron convirtiendo en verdaderas y directas insinuaciones sexuales, me levantó falsos y agresiones sicológicas cuando afirmaba categóricamente que yo sostenía relaciones con el chofer del bus del colegio, simplemente por ser alguien quien nos tomó cariño a mi hermano y a mí. Yo en ese entonces tenía 11 años de edad y este tipo de frases me resultaron muy agresivas. Por ejemplo, me preguntaba al llegar del colegio: '¿Ya venís contenta? ¿ya te lo hicieron?', entre otras frases sumamente ofensivas.

    Desde entonces, él, Daniel Ortega, fue haciéndome pensar que todo acercamiento afectivo con cualquier hombre y de cualquier edad implicaba un interés sexual hacia mí. Para mí lo sexual era sinónimo de aquellas actitudes obscenas y vulgares de Daniel, y por lo tanto, poco a poco empecé a tener gran desconfianza hacia todos los hombres. Si el compañero de mi madre agredía mi cuerpo contra mi voluntad, qué podía esperar de otros. Él me obligaba a callar y a aceptar los vejámenes que recibía de su parte.

    El progreso de la acción de mi agresor fue dándose; ya no solamente se trataba de su observación a mi cuerpo cuando me bañaba, sino que entraba al baño de cualquier manera, se masturbaba provocándome miedo y desprecio. Fue horrible ver, a la edad de entonces, la imagen de un hombre de pie sostenido de una pared y sacudiendo su sexo como perdido e inconsciente de sí mismo. Yo tenía miedo y permanecía en el baño hasta ver desaparecer su sombra por la rendija de la puerta que él mismo mantenía abierta...

    Durante este tiempo también, se introducía en el cuarto que compartí con Rafael (hermano), procedía a separarme parte de la cobija de mi cuerpo, continuaba con manoseos y luego concluía masturbándose. Yo me quedaba inmóvil y aterrorizada sin poder pronunciar palabras. Me decía que no hiciera bulla para no despertar a Rafael, a quien tomaba como pretexto ante mi madre las veces que se trasladaba a nuestro cuarto para cuidarlo, supuestamente, de sus crisis asmáticas. Durante esos 'cuidos' mi agresor hacía lo que ya ha sido relatado, y decía: 'Ya verás que, con el tiempo, esto te va a gustar'.

    Fue mi tía Violeta la que me recordó que una vez vio a Daniel Ortega manosearme y tocar mis partes genitales. Hasta hace poco recordé que también ponía en mi boca su pene.

    En ese tiempo, mi agresor tenía 34 años de edad y yo once... él era el compañero de mi madre, una figura política de mucha importancia, mando y poder. Una persona muy dominante. Yo resentí de mi madre su lealtad a mi agresor, yo sentía que siempre lo prefirió a él que a mí... Él me inspiraba mucho miedo y no fui capaz de decirle a ella lo que estaba viviendo y sufriendo, pues no sabía si me creería.

    Mi tía Violeta me comentó años después, que en una ocasión discutió la situación con mi madre, donde recibió como respuesta amenazas y presiones a fin de que guardara silencio.

    Cuando se declaró la insurrección final de 1979, mi madre prefirió venirse con él a Nicaragua... el triunfo de la revolución significó reunirme con mis abuelos y tías. Fue alegre estar nuevamente en Nicaragua... Nos trasladamos a la casa donde actualmente vive la Familia Ortega Murillo, por primera vez en mi vida se me asignaba un cuarto propio, lo que para cualquier niña pudo haber sido motivo de buena noticia, pero mis temores estaban latentes.

    A las pocas semanas, nuevamente el fantasma volvió a rondar mi cuarto con rostro duro y sus gruesos anteojos. A la edad de 12 años que tenía entonces, persistían las sensaciones de escalofríos, náuseas y temblores en mi quijada.

    Dormía con las manos debajo de mi cuerpo, tapando mi vagina; pensaba que así sus manoseos no me harían daño. Creí que mostrarme ante él inconsciente no le permitiría obligarme a nada más.

    A medida que fue avanzando, pervertidamente me indicaba que me moviera, que así sentiría rico. 'Te gusta, verdad', me decía, mientras yo permanecía en absoluto silencio sin tener fuerzas para gritar ni llamar a mi mamá. El miedo no me dejaba, sentía en la garganta resequedad, atorada y con temblores.

    En esos años fue que comencé a bañarme muchas veces durante el día para lavarme la suciedad, repelía sus manoseos y su tacto frío.

    Más adelante, las noches no fueron suficientes, también las tardes comenzaron a ser utilizadas para sus propósitos. Él calculaba las horas de mis tiempos libres y cuando me encontraba sola en la casa para atacarme. A mis trece años (1980), incrementó sus llegadas a la casa en horas que bien sabía me encontraba sola.

    En una ocasión que recuerdo muy bien, mientras dormía en el sofá y al despertar, él se encontraba mirando un video pornográfico sin importarle mi edad y mi condición de hija de su compañera de vida; en reiteradas oportunidades me mostró revistas Playboy que yo rechazaba, pero que me obligaba a ver; también, me mostró un vibrador que intentó usar, pero no le funcionó.

    Yo sentía miedo de ese hombre, él era el compañero de mi mamá, mi supuesto papá, sus acercamiento hacia mí siempre llevaron una intencionalidad sexual, yo le tenía mucho miedo y no encontraba en nadie a quien confiarle lo que me estaba sucediendo...

    Semanas antes de la Cruzada Nacional de Alfabetización, intensificó sus abusos durante horas del día. Recuerdo que él hizo un hoyo en la puerta del baño para observarme, yo me enllavaba más por miedo que por intimidad. El hoyo que hizo lo ocultó con un afiche; al descubrirlo, intenté taparlo con tape y otras cosas, pero fue difícil. Fue entonces que opté bañarme con camiseta y con ropa interior puestas.

    En sus ambivalencias de padre abusador, siempre estuvo ahí para acosarme, manosearme, vigilarme y espiar a mis amistades. Llegué a entender que no tenía derecho a tener amigos ni amigas, muy escasas personas me visitaron durante el período que permanecí en aquella casa.

    Recuerdo que en una ocasión busqué a mi madre para que me diese algo, logrando tan sólo un comentario de que el asunto era nervioso y que sabía bien las causas. Seguidamente, la escuché discutir violentamente con Daniel Ortega, a quien le confirmó 'yo ya sé lo que está pasando... ¡sos un enfermo!'. Sin embargo, de nada valió esa discusión, pues al día siguiente las cosas volvieron a suceder como si nada. No sé si llegarían a algo, pero, evidentemente, si él se comprometió a no insistir y molestarme, no cumplió su palabra, y si negó todo lo que le dijera mi madre, pues en su mentira continuó abusando de mí y burlándose de ella.

    Me empecé a sentir rechazada por mi madre, cuando por mi estado físico o conducta me ofendía, recriminando mi 'cara de víctima', la que, según ella, molestaba y amargaba a todo el mundo; decía que mi tristeza y aislamiento contagiaban a toda la familia. Ella criticó mis encierros en la biblioteca, acusándome de pretender hacer creer de lo esforzada que era; criticó mi timidez calificándome de amargada. Ella siempre juzgó de manera negativa mi forma de vestir, mi peso, mis gestos; estaba criticándome todo el tiempo. Sus pretextos para regañarme iban en aumento y me ponía en vergüenza ante los demás. Fue por estas actitudes que me alejé de ella.

    Cuando Daniel Ortega notaba mi tristeza por el maltrato recibido de mi madre, se acercaba diciéndome que ella era histérica y rencorosa; a su vez, me recomendaba no hacerle caso, que en cualquier cosa contara con él. Fue así que cuando necesité algo, en vez de pedírselo a ella, de quien seguramente recibiría ofensas y mal trato, mejor se lo solicitaba a él. Esta nueva situación me generó mucho sentimiento de culpa, pues sentía que aceptaba cosas de manos de mi agresor, pero en realidad las necesitaba...

    De los 15 a los 18

    Daniel Ortega Saavedra me violó en el año de 1982. No recuerdo con exactitud el día, pero sí los hechos. Fue en mi cuarto, tirada en la alfombra por él mismo, donde no solamente me manoseó sino que con agresividad y bruscos movimientos me dañó, sentí mucho dolor y un frío intenso. Lloré y sentí náuseas. Todo aquel acto fue forzado; yo no lo deseé nunca, no fue de mi agrado ni consentimiento, eso lo juro por mi abuelita a quien tengo presente. Mi voluntad ya había sido vencida por él. El eyaculó sobre mi cuerpo para no correr riesgos de embarazos, y así continuó haciéndolo durante repetidas veces; mi boca, mis piernas y pechos fueron las zonas donde más acostumbró echar su semen, pese a mi asco y repugnancia. Él ensució mi cuerpo, lo utilizó a como quiso sin importarle lo que yo sintiera o pensara...

    Desde entonces, para mí la vida tuvo un significado doloroso. Las noches fueron mucho más temerarias, sus pasos los escuchabas en el pasillo con su uniforme militar, recuerdo clarito el verde olivo y los laureles bordados en su uniforme aún cuando él no se encontrara en el país.

    Él construyó justificaciones a su conducta, bajo el argumento de que yo, mediante la consumación del acto sexual, le proporcionaba estabilidad emocional, aunque mi respuesta fuese de total pasividad, y por ende, no existiera ningún tipo de intercambio, comunicación ni afecto.

    Él pensaba que alguien tan ocupado sólo necesitaba sexo y que yo era la indicada a dárselo. Él me manipuló y me concibió como objeto sexual de un líder que se lo merecía todo. Así fue que sucedió durante seis años, haciéndome creer que con mi sacrificio aportaba y protegía a la Revolución... Sus prácticas sexuales, haciendo uso de mí, las realizó en sillas, haciendo posiciones extrañas y me obligaba a decirle frases obscenas a fin de excitarlo o realizar sus propias fantasías, las que nunca fueron mías, pues lo que viví fue un infierno. En su vulgaridad y morbosidad, me hacía repetir insultos en mi contra u obligarme a responderle afirmativamente a las siguientes preguntas: '¿Verdad que sos puta?, ¿verdad que te gusta que te pegue?, ¿te gustaría hacerlo con dos penes?', etc.

    Daniel Ortega me infundió temores hacia mi madre. Me chantajeaba diciéndome que ella sabía todo lo que pasaba y que su rechazo hacia mí era para siempre...

    En él siempre hubo una actitud obsesiva a grados tales de hacerme poemas y cartas donde reiteraba sus mensajes de chantajes afectivos, insistía en hablarme de su supuesto amor por mí, hizo múltiples llamadas telefónicas desde el exterior y me traía regalos especiales al regreso de sus viajes y, según él, dedicó tiempo para cultivarme, compensando así, seguramente, su daño. Mi confusión fue tremenda, no sabía qué significaba Daniel Ortega en mi vida, porque además de seguro agresor, de momentos se comportaba como protector, lo miraba como líder político, sentía asco por su vulgaridad, y no sé qué más. Lo que es peor aún, llegué a sentir que era la única persona que atendía mis necesidades humanas, pero a la vez me concebía su propiedad personal y estuve sometida a sus designios.

    Mi madre continuó teniendo evidencias de los actos de Daniel Ortega y del deterioro de mi personalidad. En 1983 habló conmigo, diciéndome que le estaba arruinando su vida y la de mis hermanos, me propuso que me fuera a Cuba... Resultó que YO era el problema de la familia. Para mi madre, aquella relación era con mi consentimiento, lo que en verdad nunca ocurrió... Tuve mucho temor de irme a Cuba, pues sentí que lo haría bajo condiciones de abandono y expulsión de mi familia... Pensaba que si me iba a Cuba me enfermaría y que perdería a mi familia. Daniel Ortega me decía que mi madre se vengaría de por vida de mí, dado que siempre ha sido rencorosa y de esta forma se deshacía de mí... No acepté irme...

    Finalmente, sintiéndome rechazada y presionada, me trasladé a la casa contigua a la que habitamos, convirtiéndome en la vecina de mi propia familia. Esta casa se comunica con la otra a través de un pasadizo, lo que fue perfecto para mi agresor, pues se le facilitaban sus cruzadas cuando lo deseaba sin vigilancia externa. En esta casa dormían las trabajadoras domésticas, yo viví ese tiempo entre ellas, cruzándome también de cuartos en busca de protección. Mis necesidades alimenticias y de servicios fueron desatendidas por instrucciones de mi madre, fue un castigo....

    De los 19 a los 23

    Al comenzar el año 1986 sufrí una crisis de salud muy severa, que me impidió ingresar a la Universidad. Ésta consistió en intensos y frecuentes dolores de cabeza, mareos y malestares gastrointestinales que me indujeron al uso abusivo de laxantes para limpiarme. También hacía uso de las píldoras tranquilizantes (Valium) que mi agresor me suministraba pero que ya no surtía el mismo efecto; entonces procedí a hacer mezclas de varios tipo de píldoras para sentirme aliviada momentáneamente. A pesar de mi precario estado de salud, él no cesó en sus agresiones sexuales.

    Los diferentes tipos de exámenes que me practicaron (electroencefalograma, oftalmológicos, etc.), tanto en Cuba como en Nicaragua, concluyeron que mis problemas eran de tipo sicosomático.

    Fue en 1986 que intenté huir de la casa y de sus imposiciones brutales e injustas, pero ésta no duró mucho porque me obligó a regresar nuevamente. En esta ocasión estuve dos días donde una amiga y luego donde mi tía Violeta. También le solicité apoyo a mi mamá, atendiendo sus sugerencias de irme lejos, pero no lo hizo; más bien dijo que procediera por mi propia cuenta.

    Daniel Ortega emprendió una secreta pero intensa búsqueda de mi persona... me ubicó en casa de una amiga y a pesar de mi negativa, finalmente comprendí que mi amiga corría riesgos por el hecho de refugiar a la hija del Presidente de la República de Nicaragua.

    Busqué hablar con un amigo cercano a mi agresor para persuadirle de que me dejara vivir en otro lugar y hacer mi vida. Esta persona sólo pudo ofrecerme un local donde habitar. Una vez trasladada a ese lugar, la persecución continuó.

    En varias ocasiones, mi madre supo de los encierros en la biblioteca, dirigiéndose al lugar y emprendiéndola a golpes y patadas contra la puerta, desde afuera gritaba que sabía quiénes nos encontrábamos allí. Él me lanzaba por la ventana que comunica con la casa vecina que estaba habitando, y por ese lado lograba escapar... Ambas estábamos siendo víctimas.

    Así fue también durante las campañas electorales (1984 y 1990), me indicaba que estuviera despierta a su regreso en horas de la madrugada para lo mismo. Yo debía estar siempre lista y dispuesta a trasladarme a la biblioteca o que en algún rincón del cuarto o el baño, en una silla, para no ser advertido por el niño que dormía conmigo, proceder a abusar sexualmente de mí y ponerme de la manera que él deseara.

    Mientras Daniel Ortega me usó como basura, mi madre me trató como desecho...

    En varias ocasiones me propuso sostener prácticas con la participación directa de otros hombres y mujeres. Una vez acudí engañada a un llamado donde apareció otra persona; el asunto fue, en realidad, para obligarme a realizar otra práctica sexual, ahora con otro hombre convocado por él. Yo cerré los ojos todo el tiempo y seguí las instrucciones que Daniel Ortega me daba. Él, desde una silla daba indicaciones de cómo proceder. Apresuró incluso las cosas. Ante mi negativa, él mismo me quitó bruscamente la ropa y empujó al otro participante a abusar de mí, esta persona fue dirigida en sus ejecuciones por él. Sentí miedo y vergüenza. Ambos procedieron... Después de lo sucedido resulté con problemas de salud que requirieron de una inmediata atención médica. Previo a esta práctica a la que me obligó Daniel Ortega me dio licor 'para que me aventara'. Después de esta ocasión no hubo otra porque logré burlar sus trampas.

    En este período (abril 1989) se me presentó la posibilidad de una beca para estudiar inglés en Londres por la Universidad Centroamericana, la que duró tres meses. Daniel Ortega continuó llamando dos veces al día durante ese lapso de tiempo, lo que, por supuesto, fue muy notorio por la familia inglesa donde residí. Él llegó a grados tales que organizó un viaje a Inglaterra para visitarme donde estaba alojada y con pretextos bien montados procedió a abusar nuevamente de mí.

    De los 23 a los 30

    El 5 de octubre de 1991 contraje matrimonio con Alejandro Bendaña. Daniel Ortega no ocultó su desacuerdo, pero al mismo tiempo consideró, según dijo con mucho cinismo, que yo podía satisfacer mis necesidades de vida pública con alguien, tener vida de pareja e hijos, pero sentenció que yo le pertenecía y que su vínculo conmigo era indisoluble. Con ello quedaba en evidencia que con su autorización el matrimonio funcionaría.

    Daniel Ortega nunca respetó mi matrimonio ni la militancia ni condición de asesor de Alejandro. Me afirmó que las razones que me unían a él -mi agresor- eran divinas. Nuevamente la fatalidad se apoderaba de mí y la impotencia me consumía, aunque me sentía a salvo al menos físicamente, porque sus incursiones a mi cuerpo ya no eran posibles. Sin embargo, continuó el acoso a través de llamadas telefónicas vulgares, obscenas y amenazantes. No quise dar muestras de estados de ánimo y nuevas depresiones por temor de que Alejandro me abandonara.

    Durante todo el tiempo que estuve casada, el acoso de Daniel Ortega se mantuvo a través del teléfono todos los días, hasta espaciarlas por mi negativa de contestar sus llamadas', relató la hijastra del presidente de Nicaragua.

    El matrimonio terminó años después como consecuencia de su estado sicológico y no fue hasta que participaba activamente en la política, en 1997, y conoció a personas que la apoyaron moralmente, que Zoilamérica tuvo el valor de hacer pública esta declaración en mayo de 1998.

    Después, la mujer fue víctima de una campaña de desprestigio de Ortega y su esposa Rosario Murillo, madre de Zoilamérica.

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