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Pareja garífuna vive una historia de amor y de emprendedurismo

  • 13 febrero 2017 /

Esposos han salido adelante en el sector Rivera Hernández gracias a su creatividad y compromiso. La elaboración de bebidas, sandalias y bisutería son sus negocios.

San Pedro Sula, Honduras.

Iván Castillo y Carolina Henríquez viven una historia matizada de esfuerzo, sufrimiento, amor y una fe inquebrantable que, para ellos, es el principal aliciente en su matrimonio.

Estudiaron juntos en un colegio de la Rivera Hernández. Ella era una alumna de notas brillantes y belleza garífuna que cautivaba, pero más que eso resaltaba su forma de ser y su vocación de servicio.

Él, un alumno no tan sobresaliente en el estudio que soñaba ser estrella de fútbol y casarse con Carol. Confiesa que la miraba como una mujer inalcanzable, ser su novio era su mayor desafío. El destino quiso separarlos, pues Iván se trasladó a otro colegio. Ambos terminaron sus estudios separados, Carol se graduó de perito mercantil y siguió en la universidad. él culminó su bachillerato y comenzó a cumplir uno de sus sueños: jugar en las reservas del Olimpia, segunda división y la Sub-17.

Años después, mientras la joven seguía sus estudios y comenzaba a trabajar en el dispensario Padre Claret de Asentamientos Humanos, el joven dejó el fútbol y se embarcó. Esos meses en alta mar le sirvieron a Iván para retomar un oficio que aprendió cuando era pequeño: cortar pelo. Se convirtió en el barbero de la embarcación.

Iván y Carol con su hijo Robert.

Iván y Carol con su hijo Robert.

El marino regresó y un día de mayo de 2004 mientras caminaba por las polvorientas calles de su colonia la volvió a ver . “La encontré, la saludé y me enamoré más, le pregunté adónde trabajaba y me dijo que en el dispensario, entonces le dije, mañana me enfermo”.

Cumplió su promesa y a las seis de la mañana estaba en el lugar esperando ser atendido. Estaba enfermo, pero de amor. “Empecé a conquistarla, pero nunca tenía tiempo para mí, hasta que un día la invité a salir y aceptó. Mientras Iván decidía adonde llevarla, Carol buscaba qué ponerse. “Quería verme elegante y al final no sabía adónde me llevaría. Entonces me compré una blusa y me vestí para la ocasión”, recuerda Carol.

La cita se cumplió y el joven, quien no conocía ningún lugar elegante porque solo se movía en su sector, llevó a Carol a una famosa venta de chuletas. No era lo que Carol esperaba, pero a partir de ahí todo fue color de rosa.

Dos años después se casaron y fruto de su amor nació Robert. El marino regresó al mar y eso le impidió estar presente en el nacimiento de su hijo. Lo conoció cuando ya tenía cuatro meses.

Foto: La Prensa

Él elabora guifity y es barbero, ella crea accesorios y trabaja en un dispensario de la Padre Claret.

Ahí se dio cuenta que se estaba perdiendo de los grandes momentos familiares, eso más una enfermedad en sus rodillas lo llevaron a iniciar su microempresa: Guifity Harani Wanichigui, dedicada a la elaboración y venta de la famosa bebida garífuna con fines medicinales que alivia el dolor menstrual, problemas estomacales, libido y mucho más. También tiene a la venta el guifity embriagante. Lo elaboran con una combinación de recetas de los ancestros de ambas familias.

Él es una persona muy detallista y su familia es lo más importante, eso me enamoró, dice Carol. Confiesa que dejar la navegación, económicamente les afectó, pero está convencida de que el dinero no lo es todo. Ella sigue trabajando en el dispensario y en su propia empresa microempresa Accesorios Karolay que vende joyas de fantasía fina de calidad, con un toque garífuna. También diseña sandalias y se inspira en su madre y en las mujeres que quieren estar bellas, pero que no pueden comprar joyas caras.

Recuerda que uno de los momentos mas difíciles ha sido cuando a Iván le operaron ambas rodillas porque eso le limitó muchas cosas; pero con el amor y decisión han salido adelante mostrando que su “amor es del bueno” como se titula la canción con la que se enamoraron.

Foto: La Prensa