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Con los grandes datos, ¿llega el Gran Hermano?

  • 21 octubre 2014 /

Las investigaciones están plan­teando preguntas sobre el equili­brio adecuado entre privacidad y eficiencia.

Nueva York, Estados Unidos.

Cuatro por ciento de los habi­tantes de Manhattan, en Nueva York, se van a dormir antes de las 7:30 de la noche entresemana. Sólo 6% apaga las luces después de la medianoche.

Para obtener datos más detalla­dos sobre lo que marca el ritmo de la ciudad de Nueva York, pregúnte­le al investigador Ste­ven Koonin. Agazapa­do en una azotea de Brooklyn, su cámara infrarroja de gran an­gular se asoma en las ventanas de miles de edificios a lo largo del río Este de la ciudad. La cámara detecta 800 graduaciones de luz, una sensibi­lidad que le permite a su software determinar a qué hora se apagan los hogares, qué tipo de bombillas de luz utilizan, e incluso qué conta­minantes emiten sus edificios.

Además montó sensores de so­nido sobre postes del alumbrado público y fachadas de edificios en Brooklyn, para medir el volumen de fiestas caseras y bo­cinas de autos.

Koonin, un ex sub­secretario de ciencia del gobierno de Ba­rack Obama que diri­ge el Centro para la Ciencia y el Progreso Urbano de la Universi­dad de Nueva York (NYU), está a la vanguardia de un movimiento académico para cuantificar la vida urbana.

Las empresas tecnológicas han usado las tecnologías y técnicas conocidas colectivamente como grandes datos para tomar deci­siones de negocios y darles forma a las experiencias de sus clientes. Ahora, los investigadores están lle­vando los grandes datos a la esfera pública, con la intención de mejo­rar la calidad de vida, ahorrar di­nero y comprender las ciudades de formas que no eran posibles hace sólo unos años.

Las investigaciones están plan­teando preguntas sobre el equili­brio adecuado entre privacidad y eficiencia. Redes municipales de sensores ofrecen grandes opor­tunidades, pero también impli­can riesgos. Al convertir hábitos personales en rastros digitales, la tecnología podría tentar a las au­toridades a darle un mal uso. Algu­nos temen que los beneficios de los grandes datos puedan perderse si el público se vuelve temeroso de ser monitoreado.

El centro de NYU, que recibe millones de dólares en financia­miento por parte de varias corpo­raciones, incluidas Microsoft Corp. e International Business Machines Corp., así como de la municipali­dad de Nueva York, es uno de un puñado de instituciones académi­cas con proyectos municipales de grandes datos en Estados Unidos.

En las próximas semanas, la Universidad de Chicago instalará decenas de paquetes de sensores en postes de alumbrado público en el distrito empresarial de la ciudad y otros lugares. Cada paquete, de un tamaño similar a una laptop gruesa, contiene 65 sensores que buscan capturar datos sobre el me­dio ambiente como volumen del sonido, niveles de viento y dióxido de carbono, y también de compor­tamiento como flujo del tránsito de peatones.

La instalación en Chicago es fi­nanciada por una subvención fe­deral y donaciones de Qualcomm Inc., Cisco Systems Inc. y otras fir­mas. “Es como un Fitbit para la ciu­dad”, dijo Charlie Catlett, director del Centro Urbano para Computa­ción y Datos de la Universidad de Chicago, el instituto que lidera el proyecto, en referencia a la pulsera que mide la actividad física.

Estas iniciativas se suman a es­fuerzos gubernamentales recien­tes por usar datos para mejorar la eficiencia de las ciudades. En Hous­ton, por ejemplo, los funcionarios rastrean teléfonos inteligentes para entender la congestión vehi­cular y sincronizar semáforos. En Barcelona, sensores pueden ayu­dar a trabajadores sanitarios a op­timizar sus rutas de recolección.

Aunque en sus etapas iniciales, estos proyectos ya generan polé­mica. “Este tipo de invasión es un espiral difícil de detener”, afirmó Bob Fioretti, un concejal y candi­dato a alcalde de Chicago.

El fiscal general de Estados Uni­dos, Eric Holder, señaló hace poco los peligros del llamado “control preventivo”. Los policías de Los Ángeles y Chicago están usando registros de datos delictivos para predecir dónde ocurrirán, una es­trategia por la cual van de puerta en puerta para advertirles a los re­sidentes de que se mantengan den­tro de la ley.

Un puñado de ciudades como Chicago, Boston y Los Ángeles ha adoptado políticas de datos abiertos, que ponen a disposición del público los datos municipales. Sin embargo, las redes de senso­res comerciales y gubernamenta­les suelen operar según pocas re­glas y poco escrutinio. Este mes, el Departamento de Tecnología de la Información y Telecomunicacio­nes de la Ciudad de Nueva York in­habilitó un proyecto comercial en el cual una empresa había instala­do cientos de sensores en cabinas de teléfonos públicos. Los senso­res transmitían mensajes de mar­keting de forma subrepticia.

La meta no es vender productos ni espiar a la gente, sostienen los académicos, sino mejorar la cali­dad de vida y el conocimiento so­bre cómo funcionan las ciudades.

Más allá de su impacto poten­cial en la vida urbana, los datos podrían tener un enorme valor económico. Los precios de las ca­sas podrían subir en cuadras con bajos niveles de contaminación, las ciudades podrían recaudar más ingresos por violaciones a ordenanzas de ruido y emisiones, y los negocios podrían usar da­tos del tránsito de peatones para elegir ubicaciones más rentables, según académicos y autoridades municipales.