Nueva York, Estados Unidos.
Cuatro por ciento de los habitantes de Manhattan, en Nueva York, se van a dormir antes de las 7:30 de la noche entresemana. Sólo 6% apaga las luces después de la medianoche.
Para obtener datos más detallados sobre lo que marca el ritmo de la ciudad de Nueva York, pregúntele al investigador Steven Koonin. Agazapado en una azotea de Brooklyn, su cámara infrarroja de gran angular se asoma en las ventanas de miles de edificios a lo largo del río Este de la ciudad. La cámara detecta 800 graduaciones de luz, una sensibilidad que le permite a su software determinar a qué hora se apagan los hogares, qué tipo de bombillas de luz utilizan, e incluso qué contaminantes emiten sus edificios.
Además montó sensores de sonido sobre postes del alumbrado público y fachadas de edificios en Brooklyn, para medir el volumen de fiestas caseras y bocinas de autos.
Koonin, un ex subsecretario de ciencia del gobierno de Barack Obama que dirige el Centro para la Ciencia y el Progreso Urbano de la Universidad de Nueva York (NYU), está a la vanguardia de un movimiento académico para cuantificar la vida urbana.
Las empresas tecnológicas han usado las tecnologías y técnicas conocidas colectivamente como grandes datos para tomar decisiones de negocios y darles forma a las experiencias de sus clientes. Ahora, los investigadores están llevando los grandes datos a la esfera pública, con la intención de mejorar la calidad de vida, ahorrar dinero y comprender las ciudades de formas que no eran posibles hace sólo unos años.
Las investigaciones están planteando preguntas sobre el equilibrio adecuado entre privacidad y eficiencia. Redes municipales de sensores ofrecen grandes oportunidades, pero también implican riesgos. Al convertir hábitos personales en rastros digitales, la tecnología podría tentar a las autoridades a darle un mal uso. Algunos temen que los beneficios de los grandes datos puedan perderse si el público se vuelve temeroso de ser monitoreado.
El centro de NYU, que recibe millones de dólares en financiamiento por parte de varias corporaciones, incluidas Microsoft Corp. e International Business Machines Corp., así como de la municipalidad de Nueva York, es uno de un puñado de instituciones académicas con proyectos municipales de grandes datos en Estados Unidos.
En las próximas semanas, la Universidad de Chicago instalará decenas de paquetes de sensores en postes de alumbrado público en el distrito empresarial de la ciudad y otros lugares. Cada paquete, de un tamaño similar a una laptop gruesa, contiene 65 sensores que buscan capturar datos sobre el medio ambiente como volumen del sonido, niveles de viento y dióxido de carbono, y también de comportamiento como flujo del tránsito de peatones.
La instalación en Chicago es financiada por una subvención federal y donaciones de Qualcomm Inc., Cisco Systems Inc. y otras firmas. “Es como un Fitbit para la ciudad”, dijo Charlie Catlett, director del Centro Urbano para Computación y Datos de la Universidad de Chicago, el instituto que lidera el proyecto, en referencia a la pulsera que mide la actividad física.
Estas iniciativas se suman a esfuerzos gubernamentales recientes por usar datos para mejorar la eficiencia de las ciudades. En Houston, por ejemplo, los funcionarios rastrean teléfonos inteligentes para entender la congestión vehicular y sincronizar semáforos. En Barcelona, sensores pueden ayudar a trabajadores sanitarios a optimizar sus rutas de recolección.
Aunque en sus etapas iniciales, estos proyectos ya generan polémica. “Este tipo de invasión es un espiral difícil de detener”, afirmó Bob Fioretti, un concejal y candidato a alcalde de Chicago.
El fiscal general de Estados Unidos, Eric Holder, señaló hace poco los peligros del llamado “control preventivo”. Los policías de Los Ángeles y Chicago están usando registros de datos delictivos para predecir dónde ocurrirán, una estrategia por la cual van de puerta en puerta para advertirles a los residentes de que se mantengan dentro de la ley.
Un puñado de ciudades como Chicago, Boston y Los Ángeles ha adoptado políticas de datos abiertos, que ponen a disposición del público los datos municipales. Sin embargo, las redes de sensores comerciales y gubernamentales suelen operar según pocas reglas y poco escrutinio. Este mes, el Departamento de Tecnología de la Información y Telecomunicaciones de la Ciudad de Nueva York inhabilitó un proyecto comercial en el cual una empresa había instalado cientos de sensores en cabinas de teléfonos públicos. Los sensores transmitían mensajes de marketing de forma subrepticia.
La meta no es vender productos ni espiar a la gente, sostienen los académicos, sino mejorar la calidad de vida y el conocimiento sobre cómo funcionan las ciudades.
Más allá de su impacto potencial en la vida urbana, los datos podrían tener un enorme valor económico. Los precios de las casas podrían subir en cuadras con bajos niveles de contaminación, las ciudades podrían recaudar más ingresos por violaciones a ordenanzas de ruido y emisiones, y los negocios podrían usar datos del tránsito de peatones para elegir ubicaciones más rentables, según académicos y autoridades municipales.
Cuatro por ciento de los habitantes de Manhattan, en Nueva York, se van a dormir antes de las 7:30 de la noche entresemana. Sólo 6% apaga las luces después de la medianoche.
Para obtener datos más detallados sobre lo que marca el ritmo de la ciudad de Nueva York, pregúntele al investigador Steven Koonin. Agazapado en una azotea de Brooklyn, su cámara infrarroja de gran angular se asoma en las ventanas de miles de edificios a lo largo del río Este de la ciudad. La cámara detecta 800 graduaciones de luz, una sensibilidad que le permite a su software determinar a qué hora se apagan los hogares, qué tipo de bombillas de luz utilizan, e incluso qué contaminantes emiten sus edificios.
Además montó sensores de sonido sobre postes del alumbrado público y fachadas de edificios en Brooklyn, para medir el volumen de fiestas caseras y bocinas de autos.
Koonin, un ex subsecretario de ciencia del gobierno de Barack Obama que dirige el Centro para la Ciencia y el Progreso Urbano de la Universidad de Nueva York (NYU), está a la vanguardia de un movimiento académico para cuantificar la vida urbana.
Las empresas tecnológicas han usado las tecnologías y técnicas conocidas colectivamente como grandes datos para tomar decisiones de negocios y darles forma a las experiencias de sus clientes. Ahora, los investigadores están llevando los grandes datos a la esfera pública, con la intención de mejorar la calidad de vida, ahorrar dinero y comprender las ciudades de formas que no eran posibles hace sólo unos años.
Las investigaciones están planteando preguntas sobre el equilibrio adecuado entre privacidad y eficiencia. Redes municipales de sensores ofrecen grandes oportunidades, pero también implican riesgos. Al convertir hábitos personales en rastros digitales, la tecnología podría tentar a las autoridades a darle un mal uso. Algunos temen que los beneficios de los grandes datos puedan perderse si el público se vuelve temeroso de ser monitoreado.
El centro de NYU, que recibe millones de dólares en financiamiento por parte de varias corporaciones, incluidas Microsoft Corp. e International Business Machines Corp., así como de la municipalidad de Nueva York, es uno de un puñado de instituciones académicas con proyectos municipales de grandes datos en Estados Unidos.
En las próximas semanas, la Universidad de Chicago instalará decenas de paquetes de sensores en postes de alumbrado público en el distrito empresarial de la ciudad y otros lugares. Cada paquete, de un tamaño similar a una laptop gruesa, contiene 65 sensores que buscan capturar datos sobre el medio ambiente como volumen del sonido, niveles de viento y dióxido de carbono, y también de comportamiento como flujo del tránsito de peatones.
La instalación en Chicago es financiada por una subvención federal y donaciones de Qualcomm Inc., Cisco Systems Inc. y otras firmas. “Es como un Fitbit para la ciudad”, dijo Charlie Catlett, director del Centro Urbano para Computación y Datos de la Universidad de Chicago, el instituto que lidera el proyecto, en referencia a la pulsera que mide la actividad física.
Estas iniciativas se suman a esfuerzos gubernamentales recientes por usar datos para mejorar la eficiencia de las ciudades. En Houston, por ejemplo, los funcionarios rastrean teléfonos inteligentes para entender la congestión vehicular y sincronizar semáforos. En Barcelona, sensores pueden ayudar a trabajadores sanitarios a optimizar sus rutas de recolección.
Aunque en sus etapas iniciales, estos proyectos ya generan polémica. “Este tipo de invasión es un espiral difícil de detener”, afirmó Bob Fioretti, un concejal y candidato a alcalde de Chicago.
El fiscal general de Estados Unidos, Eric Holder, señaló hace poco los peligros del llamado “control preventivo”. Los policías de Los Ángeles y Chicago están usando registros de datos delictivos para predecir dónde ocurrirán, una estrategia por la cual van de puerta en puerta para advertirles a los residentes de que se mantengan dentro de la ley.
Un puñado de ciudades como Chicago, Boston y Los Ángeles ha adoptado políticas de datos abiertos, que ponen a disposición del público los datos municipales. Sin embargo, las redes de sensores comerciales y gubernamentales suelen operar según pocas reglas y poco escrutinio. Este mes, el Departamento de Tecnología de la Información y Telecomunicaciones de la Ciudad de Nueva York inhabilitó un proyecto comercial en el cual una empresa había instalado cientos de sensores en cabinas de teléfonos públicos. Los sensores transmitían mensajes de marketing de forma subrepticia.
La meta no es vender productos ni espiar a la gente, sostienen los académicos, sino mejorar la calidad de vida y el conocimiento sobre cómo funcionan las ciudades.
Más allá de su impacto potencial en la vida urbana, los datos podrían tener un enorme valor económico. Los precios de las casas podrían subir en cuadras con bajos niveles de contaminación, las ciudades podrían recaudar más ingresos por violaciones a ordenanzas de ruido y emisiones, y los negocios podrían usar datos del tránsito de peatones para elegir ubicaciones más rentables, según académicos y autoridades municipales.