Libres y salvajes: los caballos de la isla de Assateague   

La gente visita el Parque Nacional de Assateague para admirar los caballos y les sacan fotos mientras ellos se bañan en el mar.

Assateague Island.

De repente aparece un grupo de caballos en la carretera. Los automóviles deben esperar. En la isla de Assateague, en la costa atlántica de Estados Unidos, esto suele ocurrir. Y los caballos tienen preferencia de paso. Esto es así porque se trata de animales salvajes, que viven allí en completa libertad y sin contacto directo con los seres humanos.

Estos caballos corren a su antojo por las praderas pantanosas y los médanos costeros de la isla. La gente que visita el Parque Nacional de Assateague los admira a la distancia o les saca fotos mientras los caballos se bañan en el mar.

Son pocos los lugares en el mundo en los que se ven manadas de caballos que nunca tuvieron una montura en su lomo ni vieron las riendas de jinete alguno. 'Estos caballos transmiten una fuerza muy especial', dice la joven Madeleine, de 17 años, que pasa todos los años unas semanas en esta isla para observar los caballos salvajes.

Madeleine trabaja como voluntaria en el centro de visitantes de la isla y explica a los turistas que no deben tocar ni alimentar a los caballos.

Lo que sucede es que alimentos traídos de fuera de la isla pueden alterar el ritmo de vida natural de estos animales y enfermarlos. El contacto con seres humanos además les haría acercarse más a las carreteras de la isla, con el consiguiente peligro de que los atropellen. 'Además perderían el carácter salvaje, que es su principal atractivo', agrega Madeleine.

Los caballos salvajes están divididos en dos grupos sobre la isla, que tiene 60 kilómetros de longitud y apenas un kilómetro de ancho. En el norte, que pertenece al estado de Maryland, viven unos 135 caballos. En el sur, que forma parte del estado de Virginia, hay una manada de unos 150 animales.

Ambas zonas están separadas por una alambrada para impedir que se mezclen. Esto se debe a que los del sur tienen un mínimo contacto con cuidados veterinarios y alimentación humana. Además, una vez al año se llevan a tierra firme a algo más de 50 potrillos de esta manada, que son vendidos en una subasta. En el norte, en cambio, los caballos no tienen ningún contacto con los seres humanos ni salen de la isla.

¿Cómo llegaron los caballos a la isla?

Nadie lo sabe con certeza. Existen distintas teorías.

La mayoría de los expertos cree que los ancestros de los caballos no eran animales salvajes, sino que fueron llevados allí por los seres humanos hace unos 300 años o más. Algunos suponen que fueron dejados en Assateague por piratas mientras ellos se encontraban navegando por los mares. Al tratarse de una isla, los caballos no podían escapar.

Foto: La Prensa


Otros creen que los caballos descienden de ejemplares que se salvaron nadando de naufragios cercanos a las costas de las islas.

Una tercera teoría dice que los caballos fueron dejados en la isla por sus propietarios de tierra firme para ahorrar impuestos, ya que en tierra firme tenían que pagar impuestos por cada animal que poseían. Pero en la isla no.

En algunos casos habría ocurrido que los dueños no volvieron a buscar a sus caballos. De esta forma, con el paso de las generaciones los animales se habrían convertido en salvajes.

La población de caballos no debe crecer en la isla

Al vivir libres y en manada, los caballos de la isla de Assateague se reproducen. Si nacen muchos potrillos crece la población de caballos. Pero esto se convertiría en un problema en la pequeña isla, en la que no abundan los pastos que les sirven de alimento.

Por ello, en el norte de la isla se aplica a las yeguas una vacuna que impide el embarazo. Se la inyectan mediante un dardo disparado a distancia sobre el cuarto trasero de los animales. La yegua apenas siente un pinchazo. Pero no puede quedar preñada. Esta vacuna se les aplica sobre todo cuando son jóvenes.

Foto: La Prensa

Ya adultas se permite que cada yegua tenga una cría. Así se controla la población de caballos de modo tal que nacen unos diez potrillos por año. Es es aproximadamente la misma cantidad de animales que muere anualmente.

En el sur de la isla, que se encuentra separado por una alambrada del sector norte, se tiene otro método para mantener estable la población de caballos. Se los deja procrear libremente, con lo que nacen anualmente entre 60 y 90 potrillos. Pero una vez por año se arrea la mayor cantidad de ellos y se los lleva a tierra firme, donde son vendidos en una subasta. Así pasan a una vida más doméstica.