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'Vi humedecidos los ojos de mi hijo muerto': madre de joven asesinado

  • 25 mayo 2015 /

La madre de Cristopher Espinoza relata como de los ojos de su hijo salieron dos lágrimas que con mucho amor y dolor limpio.

Omoa, Honduras.

El joven Cristopher Espinoza estaba haciendo planes para embarcarse cuando la muerte lo sorprendió junto con su amigo Iván Roberto Mejía mientras ambos chateaban frente a una gasolinera de Omoa.

Roberto Mejía sostenía en sus piernas a una hija de dos años en el momento en que se acercó un empistolado a pie y de inmediato comenzó a dispararle directamente con una arma automática.

La niña se salvó de las balas porque al ver acercarse al matón, Roberto se la dio a una hermana que también se encontraba en el lugar y le dijo: ¡corré, salvala! Por correr rápido, la muchacha se cayó y se fracturó un brazo.

En ese momento Cristopher también quiso huir de la balacera, pero un disparo del desconocido detuvo su carrera. Entre el grupo que a esa hora se encontraba haciendo uso de sus aparatos electrónicos también estaba la madre de Roberto, Reyna Mejía, quien vio caer a su hijo, pero curiosamente no vio venir al hechor ni escuchó los disparos por estar hablando por el celular.

Ella cree que Dios le puso una venda en sus ojos y sus oídos, pues si hubiera estado consciente de lo que sucedía, se le hubiera abalanzado al hombre y de repente también la hubiese matado.

En ese predio, contiguo al edificio de los juzgados de Omoa, adonde se dieron los hechos, suelen reunirse muchas personas para “robar señal” del wi fi de la gasolinera que está al otro lado de la pavimentada.

Casi no fallaban por la noche los dos amigos, los que aprovechaban para chatear y conversar.

Las lágrimas

Esa noche cada uno había salido de su casa, pero se juntaron en el lugar donde encontraron la muerte. Cristopher se tomó una sopa de frijoles con chicharrón en casa de su madre Indira Rivera al mediodía y salió a la calle como a las tres de la tarde.

Aunque vivía con su abuela en la colonia Costa Rica, visitaba con frecuencia a su madre y ese jueves 14 de mayo no fue la excepción.

Cuando Cristopher tenía ocho años, Indira quiso irse a Estados Unidos de mojada, pero al no poder cruzar el río Bravo se quedó trabajando en Chiapas durante quince años, por eso el muchacho se crio prácticamente con la abuela.

Cuenta que su hijo dejó de estudiar en el colegio local porque su abuela, quien trabaja como aseadora en la escuela Marítima de Omoa, le pagó los cursos que se requieren para embarcarse. Solamente le faltaba estudiar más el inglés para que le dieran el certificado, dijo Indira, quien lo trajo al mundo cuando ella solamente tenía 16 años.

No cree que el muchacho hubiese estado metido en malos negocios, pues siempre andaba sin dinero. Hasta el celular que usaba era de esos chiquitos que les dicen “cabezones”, manifestó.

Cuando le avisaron que el muchacho estaba baleado recorrió rápidamente las cuatro cuadras que median entre su casa y el lugar adonde sucedieron los hechos.

“Cuando yo llegué todavía estaba calientito”, dijo Indira, una mujer de temple que no se amilana ante la muerte, por algo aprendió primeros auxilios trabajando con un doctor en México.

Inmediatamente revisó el cuerpo en busca de las perforaciones y solamente encontró el agujero de una bala que le habría entrado por la espalda y salido por el pecho. Le tomó el pulso y sintió que estaba vivo, pero a lo mejor lo que sintió era el temblor de muerte que producen los nervios.

Entonces le dio respiración boca a boca y sintió el sabor de sangre caliente con mezcla de tierra que tenía en los labios el joven, pues había caído de bruces sobre el predio raso.

En ese momento sucedió algo extraño: de los ojos del baleado salieron dos lágrimas que ella limpió con sus dedos, pero resulta que de inmediato aquellas pupilas cerradas por la muerte volvieron a llorar.

Manifestó que era algo así como un sentimiento profundo que Cristopher se llevaba a la tumba y que se volvió a revelar estando en el ataúd, pues allí sus ojos otra vez se humedecieron.

Foto: La Prensa

Iván Roberto Mejía recibió ocho balazos, fue el primero que asesinaron los desconocidos.