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'No sabía que era a mi hijo al que estaban matando'

  • 31 marzo 2015 /

Isabel Martínez recuerda la trágica noche en que ultimaron a Javier, un joven que estaba a punto de graduarse.

Redacción.

Se asomó por la ventana al escuchar los tiros, pero nunca se imaginó que fuera a su hijo al que estaban matando, pues la oscuridad reinante en aquel desolado lugar no le permitía ver más que sombras.

“Si hubiera sabido que se trataba de Javier, hubiera salido, aunque me hubieran matado a mí también”, dijo con voz segura doña Isabel Martínez, madre del joven universitario asesinado en una alejada colonia de El Progreso, Yoro.

Javier Leiva iba llegando de la universidad pública de San Pedro Sula cuando fue sorprendido por los delincuentes frente a la vivienda solitaria, la última de la colonia Rodolfo Cárcamo. De aquí hacia el este, lo único que hay es maleza y montañas.

Hasta allí no suben los buses del transporte público a dejar pasajeros, por eso el muchacho se bajaba de la unidad dos cuadras antes y caminaba por una calle de tierra sin luz para llegar a la vivienda rodeada de vegetación.

A sus compañeros de trabajo en una agencia de celulares del centro de El Progreso les decía que no le temía a los asaltos, pese a la lejanía del lugar, porque allí todo mundo lo conocía.

Foto: La Prensa

Foto del carné del estudiante universitario Javier Leiva.
Una verdadera tragedia

En efecto, los vecinos lo veían pasar todos las noches cuando volvía de la universidad, siempre callado, hasta que se perdía en las sombras de la noche por la calle solitaria. Ellos también escucharon los disparos, pero cuando fueron a ver quién había sido la víctima, no encontraron ningún cuerpo en aquella oscuridad.

Los maleantes lo habían metido a un guamil donde terminaron de masacrarlo y lo despojaron de sus pertenencias. Sus familiares también habían salido a buscarlo al ver que no llegaba de la universidad.

El hallazgo de una camisa y un zapato a la mañana siguiente confirmó a doña Isabel que era su muchacho a quien mataban cuando atisbaba por la ventana. Luego de rastrear el sector encontraron el cuerpo en un terreno casi impenetrable debido a la tupida maleza.

Tenía el rostro desfigurado y dos balazos en diferentes partes. Los asesinos utilizaron hasta piedras para quitarle la vida, dijeron después peritos forenses.

Los delincuentes se llevaron todas sus pertenencias, solamente dejaron tirada en el lugar su mochila con los libros y un billete de dos lempiras que nadie quiso recoger por la creencia de que fue tocado por la muerte.

Tras sepultar al estudiante, quien el próximo año se graduaría de ingeniero industrial, la familia abandonó la vivienda y se fue a vivir a otro sector de El Progreso por temor a que los delincuentes pudieran volver a cometer otro crimen, amparados en la impunidad.

Tal vez no sea un lugar más seguro el que buscaron, pero al menos es más poblado que aquel en el que cayó abatido el joven de 26 años, expresó la madre al dejar la casa.

La señora llevaba dos herramientas de labranza en el hombro y una bolsa colgada de su mano derecha. Iba acompañada de don Jacobo Leiva, padre del muchacho asesinado y de otros dos hijos que cargaban gallinas y otros cachivaches rumbo a la nueva morada.

Todos llevaban la tristeza reflejada en sus rostros mientras caminaban bajo un sol mañanero por la calle que solía transitar Javier.

“Nunca se quedaba fuera de la casa, por eso me extrañó que aquella noche no llegara temprano”, dijo la madre recordando los momentos de angustia que pasó esperando al muchacho.

él solo se pagaba sus estudios trabajando en una agencia frente al parque Las Mercedes. Allí podía escoger un celular caro, pero como era un muchacho sencillo prefería andar uno de 300 lempiras, dijo uno de sus hermanos.

“Si hay alguien que hable mal de Javier es porque no lo conoció”, expresó Ernesto Cárdenas, propietario de la agencia donde el estudiante trabajaba desde hace ocho años”.

Era el cerebro del negocio como contador y encargado de las ventas, agregó.

Ingrid Reyes, otra de sus jefes, fue más allá al decir que Honduras perdió “un cerebro en potencia” porque Javier tenía mucho que ofrecer al país.

Siempre estaba hablando de temas científicos, de átomos y de cerebros fugaces que se van del país porque aquí no encuentran eco sus conocimientos, según expresó.

No bebía ni refrescos de botella, solo agua, pues era medio vegetariano. Su comida favorita eran los frijoles, afirmó.

Su padre también se mostró adolorido e indignado por lo que le hicieron a su hijo.

“Eso duele. Como pobre he formado a todos mis hijos y no es justo que un delincuente le corte las alas de superación”, aseveró el hombre dedicado a la labranza, quien la noche del crimen se encontraba internado en una montaña.

Los padres temen que el crimen se quede en los archivos del olvido como tantos otros.

Más la madre, que desde la ventana de la casa observó a un agente que llegó a la escena del crimen y al encontrar la mochila del muchacho la lanzó largo como si quisiera borrar evidencias.

Todos los domingos este joven jugaba pelota en este lugar con los amigos del barrio.

En este lugar el estudiante Javier Leiva jugaba fútbol con sus amigos de barrio.