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Edimburgo, la ciudad de la literatura

  • 12 septiembre 2015 /

En esta ciudad decenas de autores nacieron, vivieron, se inspiraron y escribieron personajes y obras que han marcado a varias generaciones.

Edimburgo, Escocia.

Aquí, Sherlock Holmes aprendió que la observación es un arte, Wendy leyó a sus hermanos historias de Peter Pan, y el malvado pirata John Silver, con una pata de palo, forjó su personalidad.

Es Edimburgo, pero bien podría llamarse Baker Street, Nunca Jamás o La Isla del Tesoro, porque en esta ciudad decenas de autores nacieron, vivieron, se inspiraron y escribieron personajes y obras que han marcado a varias generaciones.

Edimburgo, de apenas 400 mil habitantes, fue declarada en 2004 la primera 'Ciudad de la Literatura' por la Unesco. Lleva tinta en las venas y palpita historias con orgullo.

Foto: La Prensa


Posee, por ejemplo, el monumento más grande del mundo a escritor alguno: el de Sir Walter Scott, inventor de la novela histórico romántica, en los jardines de Princes Street. Inaugurado en 1846, mide 61.1 metros.

En la ciudad vio la luz, en 1768, la Enciclopedia Británica, la más antigua en inglés y que aún se edita. También es hogar de una de las ferias del libro más grandes del planeta y de la revista decana del orbe,The Scots Magazine.

'Es imposible vivir en Edimburgo sin sentir sus herencias literarias por doquier', dijo alguna vez la inglesa J.K. Rowling, quien inventó aquí al mago Harry Potter.

Perderse en las entrañas de esta señorial urbe de cielos grises, entre estrechos callejones y calles escoltadas por medievales casas y edificios, es una delicia. Cámara fotográfica, chamarra por las lluvias imprevistas, tiempo y curiosidad, se necesitan para seguir diversas huellas literarias.

Foto: La Prensa


Al mejor detective de todos los tiempos, Sherlock Holmes hay que perseguirlo al sur de la ciudad. Allí está la Antigua Enfermería Real de Edimburgo. Arthur Conan Doyle (1859-1930), joven estudiante, conoció dentro de sus muros, en 1877, al molde de Holmes.

Se llamó Joseph Bell y fue un reputado médico forense de notables dotes de observación y razonamiento deductivo, que incluso ayudó a resolver crímenes. La estela de Conan Doyle se extiende hasta la céntrica calle de Picardy Place.

La casa donde nació, en el número 11, fue demolida, pero en su lugar se levanta una estatua de bronce de su detective, con todo y pipa. Las historias de la Enfermería Real no se acaban aquí.

De otra tiene la culpa el inglés William Ernest Henley, autor del poema Invictus (I am the master of my fate, I'm the captain of my soul). Henley estuvo internado allí por su tuberculosis y, en 1875, durante su convalecencia, él y Robert Louis Stevenson (1850-1894) se hicieron amigos.

Barbado, astuto y con una pierna amputada, Henley fue la inspiración de Stevenson para crear al pirata John Silver el Largo, de La isla del tesoro, su primera novela. Tras salir del hospital, Henley dirigió la revista The Scots Observer.

Luego, él y su enfermiza hija Margaret cultivaron una amistad con el escritor James Matthew Barrie. La pequeña, de 4 años, no podía pronunciar bien la palabra 'friend', así que llamaba a Barry su 'fwendy-wendy', y eso detonó el nacimiento de Wendy en Peter Pan.

Stevenson, por su parte, escribió más tarde su mayor obra, El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, inspirado en el bipolar edimburgués William Brodie, artesano y presidente de la Cámara de Comercio local que, además, era un ladrón consumado.

Foto: La Prensa