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¿De qué se quejan los hondureños que viajan en Rapidito?

  • 20 enero 2020 /

Temeridad, maltrato, incomodidad y delincuencia son el pan de cada día para muchos usuarios

San Pedro Sula, Honduras

Lo que comenzó como una simple encuesta se convirtió en un aluvión de respuestas, experiencias, quejas y verdaderas historias de terror.

Tal parece que el transporte público es un tema en el que cada persona que lo utiliza tiene su propia opinión y no es para menos porque, después de todo, forma parte de la vida cotidiana de gran parte de la población y quienes se dedican a esa línea de trabajo no sobresalen precisamente por su profesionalismo.

La calidad del servicio deja mucho que desear cuando el usuario se ve obligado a subirse en unidades que no fueron diseñadas para el uso que se les da, que en muchos casos ya han sobrepasado su vida útil. Unidades viejas, incómodas y en mal estado son el pan de cada día.

Un servicio rápido…y furioso

El servicio especial Rapidito surgió hace unas dos décadas como una alternativa a los viejos y anticuados buses “grandes” o “amarillos” que eran los que se utilizaban exclusivamente hasta entonces.

El nuevo servicio ofrecía mayor rapidez debido a que usaba (y sigue usando) unidades más pequeñas, maniobrables y veloces, por lo que podían efectuar su recorrido en menos tiempo y aumentar el número de circuitos que podían completar en el día, movilizando más pasajeros y obteniendo mejores ingresos.

La iniciativa dio algunos frutos y de hecho, hasta la actualidad, muchos pasajeros siguen apreciando la rapidez con la que estos microbuses los llevan a sus destinos. “Son aviones”, sentencia una usuaria llamada Doris, para referirse a la rapidez con la que circulan dichas unidades de transporte.

Pero la rapidez es arma de doble filo y en poco tiempo degeneró en una verdadera carrera de velocidad. De hecho, el exceso de velocidad de los Rapiditos es una de las causas por las que más se quejan los usuarios.

De acuerdo con los datos de la encuesta efectuada por LA PRENSA en redes sociales, casi 10% de los usuarios se quejaron por el exceso de velocidad con la que se mueven muchos conductores.

“Son unos irresponsables que juegan con la vida de los demás”, expresó una usuaria llamada Nohemí. “Son unos animales corriendo”, sentencia otra llamada Ingris.

Esta forma de conducir nos lleva a la principal queja de los usuarios de Rapiditos: La conducción temeraria.

Esta forma de manejo lleva a los conductores a correr toda clase de riesgos: Se atraviesan en el camino de otros vehículos, irrespetan las señales de tránsito, se pasan los semáforos en rojo, y corren a velocidades vertiginosas, dignas de una pista de carreras, en medio del intenso tráfico que congestiona muchas calles y, al hacerlo, no solo ponen en riesgo su propia vida, sino también la de sus pasajeros.

De acuerdo con un análisis estadístico efectuado hace unos años en San Pedro Sula, se calculaba que los Rapiditos provocaban una media de 48 accidentes mensuales, tan solo en las calles de la capital industrial.

Las razones para este comportamiento son variadas y complejas. Hay quienes justifican que las exigencias de los patronos obligan a los motoristas a arriesgarse en el afán de maximizar el tiempo y las ganancias.

Las consecuencias de esta conducta se traducen con demasiada frecuencia en vehículos destrozados, vidas truncadas, sueños rotos y pérdidas incalculables.

El azote de la delincuencia

A lo antes descrito, se suma otro elemento de preocupación para quienes viajan en rapidito: la delincuencia.

En la encuesta antes mencionada, las denuncias de robos y asaltos constituían la segunda causa de queja más común. Los pasajeros no saben cuándo les tocará el día en el que un delincuente se suba a la unidad y los despoje de todas sus pertenencias. Pero podría ser peor.

“Una vez venía un sicario en moto siguiendo al bus y el chofer se tiraba por donde sea para huir y la gente solo gritaba y todos nerviosos. Se anduvo por todo el centro de San Pedro (Sula) hasta que lo perdió, sino ¿qué hubiera pasado? (…) es horroroso andar en esos buses”, relató una usuaria que pasó por la traumática experiencia que azota al transporte público: el cobro de extorsión.

En una situación como esta y sin protección de las autoridades, los transportistas se encuentran entre la espada y la pared ante el crimen organizado y son los conductores y sus ayudantes y por extensión los pasajeros, quienes terminan pagando las consecuencias, a veces, con su vida.

Acciones de control

Las autoridades de tránsito y vialidad, a menudo se ven abrumadas por la cantidad de casos y denuncias que reciben de esta modalidad de transporte.

Para enfrentarla suelen montar operativos de control, imponen multas, decomisan licencias e incluso cancelan permisos de operación; pero estas acciones tienen poco o ningún efecto en los transportistas como gremio.

Los motoristas se empeñan en trabajar poniendo el logro de su tarifa como la primera prioridad, pero al precio de sacrificar la seguridad y el buen servicio a los usuarios, que son su verdadera razón de ser.

Conducir con brusquedad y el maltrato verbal de conductores y ayudantes a sus pasajeros, también figuran con prominencia entre las quejas de los usuarios. Y no falta quien cree que el conductor maneja como si estuviera bajo la influencia de las drogas o el alcohol.

Un toque de humor… y esperanza

A pesar de todo, y como suele suceder en situaciones en las que se tiene poco o ningún control, algunos usuarios procuran tomárselo con un poco de humor. La frase “arriesgan mi vida, pero nunca mi puntualidad” se convirtió en una especie de mantra con el que ciertos usuarios tratan de ver el lado bueno en una mala situación.

“Aquí en Honduras no necesitamos juegos mecánicos; si quieren sentir el éxtasis de la adrenalina, súbanse a un rapidito”, dice con sorna una usuaria llamada Katherine.

Y por extraño que parezca, hay usuarios que tienen una buena opinión de quienes trabajan en este rubro de transporte.

Es el caso de una usuaria llamada Josseline, quien extravió su celular en un rapidito, pero por fortuna para ella, el conductor de la unidad se dio cuenta del asunto y aunque no pudo devolvérselo en ese momento, respondió cuando llamaron al número del dispositivo, haciendo arreglos para devolverlo. “Me devolvió el celular (…) sin pedirme nada más que una oración por él”, dice Josseline.

Y aunque no puede ignorar que quienes trabajan el en transporte “no todos son santos”, reconoce que “si hay gente buena en ese rubro”.