Europa está viviendo en estos días otro verano en el que no se dan tregua una serie de olas de calor que han provocado graves incendios forestales en Portugal y subidas de temperatura que, en algunas zonas del sur del continente, han superado los cuarenta grados centígrados. La envejecida población europea también ha resultado castigada por esta situación ya que hombres y mujeres de la tercera edad, algunos que ya presentaban enfermedades respiratorias, han sucumbido al calor extremo y han fallecido.
No obstante haya un sector del mundo de la política internacional que niega o tilda de exageradas las advertencias sobre el desastre que podría avecinarse a causa del cambio climático, los hechos están a la vista: glaciares que se derriten, nieves perpetuas que desaparecen, plagas que aparecen en sitios en los que antes nunca se dieron y un largo etcétera.
El ser humano, en su afán por facilitarse la existencia, ha llenado el planeta de plásticos y miles de artículos “desechables”. Curiosamente, esos miles de artículos: pañales, vasos, cubiertos, hisopos y muchos, muchos más, son objetos que el hombre tira a la basura, pero que la Tierra no tiene hacia dónde botar. Los rellenos sanitarios de algunas grandes ciudades son auténticas montañas, y su crecimiento no tiene visos de detenerse. Hay cientos de ríos embaulados, y otros, que, simple y sencillamente, han desaparecido de la hidrografía de determinados países; cada vez hay más especies animales y vegetales en peligro de extinción, de las cuales nuestros descendientes, si logran sobrevivir, tendrán conocimiento a través de testimonios gráficos y nunca podrán contemplar.
Y no se trata de ser tremendista. Se trata de procurar que todos los que vivimos en este planeta recordemos, como se ha dicho tantas veces, que, inmediatamente, no tenemos otra casa a la que podamos mudarnos. La emigración masiva a otro sitio del universo es todavía ciencia ficción o espectáculo cinematográfico hollywoodense.
Lo que nos queda es reaccionar, usar la cabeza, desarrollar una conciencia de mayor responsabilidad de cara a las futuras generaciones, lo que alguna vez Benedicto XVI llamara solidaridad intergeneracional, y actuar en consecuencia. Eso nos llevará a la emisión de leyes para acabar con la tala indiscriminada de los bosques, la protección de las fuentes de agua y su uso racional, el abandono de la cultura de usar y tirar, la revalorización del vidrio como recipiente de líquidos, saber clasificar los desechos, etc.
Solo así dejaremos de quejarnos del calor insoportable y tendremos la esperanza de volver a disfrutar el país que conocieron nuestros ancestros.