Con la entrega de credenciales a las autoridades electas, los magistrados del Tribunal Supremo Electoral clausuran el ejercicio democrático 2013, cuyo grado de dificultad alcanzó el máximo por la participación de partidos, por las pugnas generadas con las autoexpectativas de algunos dirigentes y el descontento al conocer unos resultados que no se ajustaban a cálculos, próximos al ilusionismo utópico.
A todo ello, el organismo electoral fue dando respuestas en el marco de la ley, aguantando las múltiples presiones que, por esperadas, no dejaban de sorprender, ya que la fiesta cívica del pueblo en la jornada electoral tardó en ser reconocida y las irregularidades, propias del sistema y la organización, se elevaron a niveles de nulidad del proceso.
La actuación firme y transparente, en tiempo y forma, del TSE desvirtuó la campaña emprendida destinada desde el primer momento al fracaso, puesto que la comunidad internacional por medio de observadores certificó el comportamiento de los votantes, las actuaciones en los centros electorales, el escrutinio y la consignación en las actas. El desafío fue superado con éxito, pero no significa que el instrumento jurídico electoral sea perfecto, al contrario, las reformas legales son imperativos para consolidar los nuevos espacios y alejar las dudas en el nuevo ambiente político.
“El 24 de noviembre, el pueblo hondureño ejerció el sufragio y cuando uno deposita el voto, deposita fe y esperanza de que las cosas se pueden hacer bien”, expresa el presidente del organismo electoral, David Matamoros, quien resaltó el orgullo por el comportamiento del pueblo que “votó masiva y pacíficamente” y cuya voluntad hay que respetar.
Se cierra con éxito otro capítulo de la democracia hondureña con el que se abre la puerta a un nuevo período de gobierno en el que la conducta de los elegidos y de los funcionarios debiera estar a la altura del noble, honesto, valiente y ejemplar pueblo hondureño, cuya voluntad se tradujo en la escogencia de quienes habrá de gobernar los próximos cuatro años. Debieran ser los intereses de los ciudadanos, no las ambiciones de poder ni el narcisismo personal, el compromiso de quienes con alborozo publicitaron en las plazas y en los medios de comunicación que estaban con el pueblo, que tenían el respaldo masivo y que la redención llegaba para los pobres y excluidos. Un buen gobierno, oficialismo y el contrapeso de la oposición, tendrá que marcar la senda a la que, por enésima vez, se le adjunta lo de desarrollo y prosperidad.
Hay esperanza, pero también incertidumbre, propia de hacia lo desconocido, ante la nueva etapa punto de iniciarse. Las negociaciones y el diálogo debieran abrir plenamente los espacios para el ejercicio de la política en su significado original, “polis”, ciudad, hoy estado, no “modus vivendi” personal o en combo.