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Mantener el equilibrio

  • 15 mayo 2019 /

Las advertencias que la naturaleza misma nos ha hecho este verano no pueden dejarnos indiferentes.

    San Pedro Sula, Honduras

    La capacidad intelectual del ser humano lo convierte en la corona de la creación, en aquel que puede transformar la naturaleza y ponerla a su servicio. Sin embargo, esa misma capacidad no ha evitado que, sobre todo en el último siglo, se haya perdido la perspectiva respecto al aprovechamiento de los recursos de los que se dispone y el uso se haya convertido en abuso, al grado que se cuentan por cientos las especies animales y vegetales extintas o en grave peligro de extinción en el planeta entero.

    Se nos ha repetido hasta la saciedad que no somos más que otra criatura del universo, que no podremos sobrevivir en este planeta si se vuelve inhabitable, que cada una de las especies es necesaria y que hay un delicado equilibrio ecológico que debe mantenerse por el bien de plantas, animales y seres humanos.

    Desde los medios, sobre todo desde la televisión, con frecuencia se nos muestra la degradación de los ecosistemas en diversas partes del mundo o cómo los glaciales se licúan en cuestión de segundos, mientras osos y pingüinos se aferran a un témpano que flota en mar abierto. Y, tal vez debido a eso, a que usualmente se hace referencia al Polo Norte, a la Antártida o a la Amazonía brasileña, se nos olvida ver a nuestro alrededor y caer en cuenta de que nuestro entorno más inmediato también está en constante proceso de destrucción a causa de la falta de conciencia con que atentamos, sobre todo en contra de nuestros bosques y fuentes de agua.

    Las advertencias que la naturaleza misma nos ha hecho este verano no pueden dejarnos indiferentes: el otrora caudaloso río Grande o Choluteca convertido en fétido hilillo de agua y en pozas aisladas a lo largo de su cauce; el río Danto vuelto desierto pedregoso cerca de La Ceiba; la escasez de agua en pleno trópico; el humo y el calor asfixiantes en el país entero, y la meseta sobre la que se ubica Siguatepeque, antes tan apetecida para vivir por su delicioso clima, ahora calurosa y polvorienta, tienen que hacernos reaccionar.
    Resulta obvio, pero si no hay bosques no hay agua; si no hay agua, no hay vida, ni para los cultivos ni para el ganado, ni para las personas, ni para nadie.

    La Unesco ha donado, recientemente, diez millones de lempiras para colaborar con la conservación de las distintas biosferas protegidas, y se agradece; pero ninguna cantidad de dinero será suficiente para asegurar el cuidado de ningún ecosistema si no crece la conciencia conservacionista de nuestra gente. Así de grave está la situación.