Hace medio siglo, en septiembre de 1974, el sonido y la furia, el viento y el agua, azotaron los departamentos de Cortés, Atlántida, Colón, Islas de la Bahía, Gracias a Dios, transformándose en huracán bautizado como Fifí, dejando en su recorrido pérdida de vidas, en un estimado de 10,000 compatriotas, ensañándose especialmente con Choloma, enterrada bajo toneladas de fango y escombros.
Veinte años antes, en 1954, la costa norte había sido afectada por llenas en los campos bananeros, pero sin alcanzar la intensidad ni el grado de destrucción del Fifí.
El sistema productivo regional, la infraestructura social y de servicios quedaron severamente dañados, impactando en la calidad de vida de la población, de por sí precarios.
Los fenómenos naturales que cíclicamente provocan muertes, daños materiales, desolación, revelan varios hechos: nuestro alto grado de vulnerabilidad siendo una sociedad en riesgo permanente con impacto en la seguridad humana, con exclusiones históricas de los sectores más desprotegidos desnudando nuestra limitada capacidad de coordinación, ejecución, toma de decisiones en forma descentralizada, sin contar las municipalidades con sus respectivos planes de desarrollo para orientar e integrar las acciones de reconstrucción, y en aquellas que sí los han elaborado, no se han tomado en cuenta los insumos y aportes de sus pobladores, reunidos en cabildos abiertos.
La reacción popular fue solidaria: se organizaron brigadas de voluntarios para colaborar en el rescate de sobrevivientes y países amigos estuvieron prestos a enviar personal sanitario, alimentos, vestuarios, comprometiendo la gratitud del gobierno y pueblo hondureño.
Sí es de condenar que personas vinculadas con el régimen castrense en el poder a raíz del golpe de Estado de 1972 que derrocó al gobierno constitucional del presidente Ramón Ernesto Cruz, se apropiaron de una parte de esos donativos, lo que al trascender provocó repudio generalizado. El intelectual Medardo Mejía redactó Medidas para superar la emergencia creada por el huracán, contentiva de propuestas puntuales, con el objetivo de “iniciar la construcción de una nueva estructura en nuestro país”.
Choloma resurgió de los escombros y hoy se ha convertido, con los aportes de empresarios visionarios hondureños y una fuerza laboral procedente de distintos puntos de la geografía patria, en el punto focal de la industria maquiladora, fuente importante de generación de empleo y captación de divisas.
No podemos ni debemos bajar la guardia.
Nuevamente, fuertes precipitaciones, el no mantenimiento preventivo de bordos, la no construcción de represas, la llegada de frentes fríos, ponen, otra vez, en situación de riesgo a distintos poblados de las costas norte y sur. Prevenir antes que lamentar tiene que ser nuestra consigna permanente.