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Pesos y contrapesos

  • 09 junio 2021 /

    Si hay algo que ha enorgullecido siempre a la ciudadanía estadounidense es ese mecanismo de pesos y contrapesos que hacen posible la existencia de su sistema democrático y que evita que el Poder Ejecutivo se haga del poder absoluto y pretenda atropellar a los que difieran o se le opongan. Los sucesos que acaecieron luego de las últimas elecciones fueron una lección clara de cómo cada poder del Estado actúa con base en su propia conciencia y es capaz de sobreponer los intereses del país a los de personas o grupos.

    La tentación de monopolizar el poder, de instrumentalizar a una cámara de diputados o a un senado, o de convertir a la justicia en dócil servidora de un mandatario y de su partido ha sido una constante a lo largo de la historia, sobre todo en países en los que la vocación democrática de la ciudadanía aún no se define con claridad, o en los que los grupos de poder no están dispuestos a ceder sus privilegios.

    De ahí que cometen un grave error los pueblos cuando le dan una especie de cheque en blanco a un candidato, por noble y desinteresado que luzca su discurso o cuando la situación de desesperación los orilla a buscar respuesta inmediata a sus demandas. Los personajes mesiánicos en el mundo de la política siempre han terminado por convertirse en enemigos de la democracia, especialistas en desmantelar las instituciones, oscuros traidores de la gente que ha facilitado su acceso al poder.

    Hacia cualquier rumbo del globo terráqueo que dirijamos la mirada veremos cómo hay gobernantes que han hecho uso de la democracia como escalera para subir al poder y, ya alcanzado este, han montado estructuras dictatoriales y emitido leyes que les permiten mantenerse en él, sin que les importe la voluntad de las mayorías. Claro, hay países en los que nunca han sabido lo que es una verdadera democracia, en los que los que gobiernan son, literalmente, dueños de las naciones, y otros en los que salieron de una satrapía para caer en otra. Irónicos resultan los casos en los que el nombre oficial del país incluye el adjetivo de “democrático” o en los que los gobernantes interpretan a su manera el concepto de democracia, sin que permitan manifestaciones tan elementales de ella como la libertad de prensa, el pluralismo partidario o la alternancia en el poder.

    Los hondureños, no obstante lo imperfecto de nuestro sistema y los obstáculos que hemos debido enfrentar, mantenemos la esperanza de avanzar en la construcción de una democracia verdadera. Ojalá no perdamos el rumbo y más bien enderecemos lo que aún permanece torcido o que resulta de difícil tránsito.