Ahora resulta que aquello de los centros de enrolamiento casi nada. Cerca de donde vive, si compara con la distancia al sol, es verdad, pero lo más grave es que no hay cómo saber adónde recibir el documento, aunque para tapar el ojo al macho para la jornada electoral dicen que entregaron miles.
Siempre hay obstáculos, pero siempre los funcionarios y ejecutivos son inocentes de los desastres, pues todo se arregla, para ellos con explicación, no así para la sufrida población que vuelve a ser presa de la ineficiencia en las tareas colectivas. El “sistema” es responsable se “cayó” y no hay quien lo levante. Como si el sistema hubiese recibido cursos, mantuviese por sí mismo una permanente adaptación a las necesidades o fuese capaz de explicar a los ciudadanos perjudicados los virus y bacterias que le achacan.
Si lo del sistema no convence, son los mismos enrolados los responsables del “lío” que tenemos, pues se enrolaron en el lugar en que se hallaban temporalmente o dieron otra dirección de su domicilio. Allá cada uno, pero la promesa, tan fallida como la de los políticos, era entregar el documento en el sitio del enrolamiento. Y ¿quién con esa luz se pierde?
Quizá no dicen toda la verdad y la ensalada se cocinó allá con un empaquetamiento en el que no se tuvo en cuenta enrolamiento, dirección, ni zona de la ciudad. Y entonces a adivinar o, mejor, a peregrinar para encontrar el documento personal, pues hay fecha en que uno puede quedar “momia” si no dispone el bendito DNI.
Como en tantos y tantos otros problemas “no se contenta el que no quiere”, y para ello uno de los supervisores de la entrega proporcionó un sedante: “Andamos en colonias y barrios para de esa forma acercar el servicio a la población”. Solo le faltó decir “Amén”.
El consuelo porque no se da solución inmediata es que el Congreso en una de sus escasísimas sesiones virtuales extienda el uso de la tarjeta, vieja, como dicen, pero cumplidora y efectiva, hasta la Navidad, pues de lo contrario miles de hondureños quedarán en la cuneta.