Los resultados de las últimas encuestas de carácter político han mostrado que el desencanto del pueblo hondureño por la manera en que se maneja este tipo de asuntos en Honduras continúa acentuándose. El porcentaje de ciudadanos habilitados para ejercer el sufragio que no manifiesta simpatía por ninguno de los partidos existentes, de reciente fundación o tradicionales, no ha hecho más que aumentar.
En ese sentido, las elecciones de marzo próximo servirán de termómetro para medir la capacidad de los líderes de los distintos institutos políticos para atraer a la población hacia sus posturas y constatar si su discurso es lo suficientemente convincente para sacar a la gente de sus casas y acercarlas a un centro de votación.
Ahora bien, las ya mencionadas contradicciones al interior del CNE no deben convertirse nunca en un elemento que incremente, aún más, la desconfianza de la ciudadanía en las instituciones, y menos en una que como esa marca la ruta para el futuro democrático y la convivencia pacífica y civilizada entre los hondureños. Porque no habrá progreso ni se resolverán los grandes problemas que desde hace décadas nos aquejan si no aprendemos a poner lo que conviene a la nación por encima de lo que conviene a personas, grupos o partidos.
Los resabios, las mañas, que han echado sombras sobre los procesos electorales en el pasado deben desaparecer. Los hombres y mujeres que, directamente, toman decisiones en asuntos tan graves deben actuar con suma responsabilidad y en procura de un ejercicio electoral diáfano, que inspire confianza, que haga a un lado cualquier duda. Así, en un clima de madura aceptación de los resultados, van a conjurarse las denuncias o declaraciones de fraude, comunes en los últimos procesos.
Los hondureños no podemos, ni debemos, olvidar que continúan existiendo fuerzas internas y externas en sembrar el caos para llevar agua a su molino en cuanto la ocasión se preste. Por el bien superior de Honduras no respaldemos tontamente esas intenciones.