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Los niños de las caravanas

  • 29 enero 2021 /

    Las imágenes de bebés en cochecitos, niños encaramados en un adulto o simplemente deambulando en medio de la masa de gente que camina dispuesta al maltrato y humillación, son las que más abundan entre miles de fotografías y videos que se toman para mostrar este fenómeno de las caravanas de migrantes.

    Ver a niños en esas aventuras —suicidas ahora con la pandemia— es la evidencia de la desesperación que empuja a los hondureños que toman la decisión de sumarse a un viaje plagado de obstáculos, riesgos y represión a su paso hacia la frontera de Estados Unidos.
    La última estiman que sumó entre 7,500 a 9,000 migrantes que consiguieron entrar a Guatemala, donde fueron reprimidos por las fuerzas de seguridad.

    Organizaciones que cuidan de los derechos humanos, como la ONU, han reportado que asistieron a un centenar niños de esta última caravana, de los que el 80% viajaban solos. Fueron hallados heridos, extremadamente cansados y con graves traumas psicológicos.

    Estos pequeños, igual que los adultos, son vulnerables a grupos criminales que se aprovechan de su situación de desamparo para el tráfico ilícito de migrantes o para la trata de personas, porque no tienen acceso a servicios de protección.

    Ellos necesitan de más programas de retorno, ayuda humanitaria, atención médica y psicosocial, albergues seguros y transporte.

    Lo último que se supo de esta primera caravana del año es que Guatemala logró el retorno de unos 4,000 migrantes, la mayoría hondureños. Pero se estima que hay una buena parte —muchos son menores y jóvenes— que ha llegado hasta la frontera con México.
    Y la escena es dura: niñas y niños que duermen en la calle, algunos deshidratados, con problemas de salud y expuestos al covid-19, además de ser, como se ha insistido, potenciales víctimas de traficantes.

    Estas caravanas migrantes, que comenzaron en Honduras en octubre de 2018, son empujadas por la pobreza, falta de empleo y la violencia generada por pandillas, motivos ahora exacerbados por la pandemia del coronavirus y por los desastres provocados por los huracanes Eta y Iota que arruinaron a muchísimas familias. Ellos sucumben a la ilusión de un cambio de vida muchas veces promovidos por “coyotes”.

    Los niños son arrastrados por sus padres que no ven aquí las oportunidades para mejorar sus vidas. No ven nada que les haga desistir de montarlos en la terrible aventura de estas caravanas.