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Monos con navaja

  • 12 enero 2021 /

Editorial, 12 de enero 2021.

    Durante su paso por la Casa Blanca, de la que no quiere salir, al presidente Donald Trump le han llamado, consistentemente, magnate populista, errático, autócrata, el mandatario más peligroso en la historia de Estados Unidos y una frase, muy recurrente, que es tan peligroso como un mono con navaja.


    Su más reciente señal de su carácter imprevisible e irresponsable ha sido alentar el asalto al Capitolio que, una semana después, todavía tiene atónitos a los estadounidenses porque se sienten vulnerados en sus valores que, como la democracia y el respeto a la ley, son admirados por sus siglos de historia.


    Pero el azuzar —desde la Casa Blanca— a los vándalos que trataron de impedir la certificación de los resultados de las elecciones presidenciales, ganadas por el demócrata Joe Biden, no es la única acción peligrosa del presidente Trump, aunque sí la más dramática.


    En los cuatro años de su presidencia, Trump ha mostrado intolerancia a las críticas, así sean leves. Ha evidenciado su tendencia a mentir y a fanfarronear, ha amenazado permanentemente a sus adversarios y ha enviado claras señales de una personalidad autoritaria que le hace muy afín a dictadores.


    Un personaje siempre ansioso de atención con millones de fanáticos, capaz de encender la chispa de una guerra como cuando primero se cruzó insultos con el líder norcoreano Kim Jong-un, lo que terminó en una relación de odio y amor, o cuando llamó “animal” al presidente sirio Bachar al Asad, amenazando con misiles “preciosos, nuevos e inteligentes” y dejando a Rusia con las alarmas encendidas.


    O en noviembre pasado, cuando el diario The New York Times informó que el presidente había hablado sin rodeos de su intención de lanzar un ataque contra Irán. Altos funcionarios “disuadieron al presidente de seguir adelante con un ataque militar”, señaló el diario estadounidense.


    A eso debemos agregar sus decisiones erráticas, como su posición frente a las protestas antirraciales o el descuido al tratar la pandemia del coronavirus.


    Políticos con estas personalidades narcisistas, ególatras, desenfrenados, intolerantes, ávidos por la atención y la polémica, no deben de llegar a posiciones de poder que les permitan deteriorar instituciones, cometer injusticias y polarizar a la sociedad. Esa durísima lección la están tomando los estadounidenses y deberíamos tomarla nuevamente los latinoamericanos a ver si finalmente entendemos que estos personajes con verborrea engañosa pueden ser tan peligrosos como monos sueltos con navajas.