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Adaptarse…

  • 30 julio 2020 /

    Como atinadamente advierten en el pueblo ha llegado el momento de “pensar con la cabeza”, pues mucho, todo, dirán algunos, es lo que se halla en juego y el atinar es cuestión de vida o muerte. La inseguridad es semilla de la angustia personal y colectiva, que precipita las decisiones y se salta las barreras. Muchos son los ejemplos en el ambiente de la pandemia, más entre nosotros, pues al miedo colectivo hay que sumar la desconfianza y las débiles y escasas oportunidades de defensa del bien común, reflejado en justicia y convivencia armónica.

    Dos hechos pueden y deben marcar optimismo en la lucha contra la pandemia, emergencia sanitaria y aguda crisis social, pero es necesario pensar, no empujado por los sentimientos, sino por la razón, basados en el principio fundamental de “adaptarse o perecer”, tal como ha quedado en evidencia a lo largo de la historia. No en vano, el pensamiento sereno, no de estampida como niños en recreo, califica a los tiempos por venir como “nueva normalidad”.

    Tenemos que vivir, escuchamos a gente en la calle, pero esa firme voluntad de sobrevivencia no es un capricho, sino una necesidad fundamental en todo ser viviente, por ello las advertencias, las razonables previsiones, los sanos consejos, acompañados de la cruda realidad en estos días, debieran crear una especie de coraza, armadura individual y colectiva para ir alejando la desgracia apocalíptica y la realidad devastadora.

    La instalación del hospital móvil en el predio del Mario Catarino Rivas es respuesta tardía, pero respuesta, a una grave necesidad que pesa en el aumento del pesimismo, de la angustia convertida por hora “en fase terminal”, aunque solo represente un alivio pasajero, pues la secuela devastadora va para largo.

    Más importante que el nuevo centro de atención, núcleo de polémica de altos kilates y de larga duración, es la conducta de la población al dar los primeros pasos en la reactivación económica o, lo que es lo mismo, en la recuperación de ingresos en miles de familias, en el restablecimiento de empleo y en la larguísima ruta para recuperar centros de trabajo y crear fuentes de riqueza que, ojalá, se presenten en avalancha.

    Queda mucho por delante en la evaluación de las responsabilidades de quienes hicieron y de quienes dejaron de hacer, amurallados en sus mansiones, pero hoy está en juego el paso seguro, medido y firme de la actividad económica, de manera que en unos días podamos congratularnos y enorgullecernos de haber iniciado la nueva normalidad, y nos apeguemos fuertemente a ella con la férrea convicción de que vamos con la historia porque nos aplicamos muy sabia y eficazmente el principio “adaptarse o morir”.