Si la vida es sueño, como en la obra clásica, es hora de despertar, de respetar el valor de las personas, dar sentido a la vida mediante la solidaridad, no la corrupción, el acompañamiento y la convivencia armónica que deje atrás un pasado, que no tropiece en la misma piedra y que abra ruta a la transformación para que la salud sea mayor felicidad y el pasado sea superado por un porvenir que todos anhelamos.
Ese el sentido del grave y dramático desafío que hoy como sociedad enfrentamos con la angustia diaria de dolor y muerte, pero es también oportunidad para, desde la situación personal y colectiva, que apostemos determinadamente por lo que ya ha comenzado con la pandemia, de manera que de la defensa de salud iniciemos la ruta para mejorar la calidad de vida de todos los hondureños, que se logrará además con mejor sistema educativo, con justicia pronta y con el uso racional y honesto de los recursos de todos.
El ambiente es favorable y hoy, con las expectativas de sobrevivencia, pese a los peligros cercanos e inmediatos, tendremos y usaremos la capacidad suficiente para hallar la felicidad, individual y colectiva, en la salud. ¿Será este el primer paso para la renovación, franco mejoramiento del sistema público de salud y valoración de las personas, sin las que “la vida no vale nada”, tal y como en estos tiempos hemos podido apreciar?
Sobran los discursos, las agendas puntuales de cara a los espectadores y el recorrido preparado con el final feliz de los cuentos infantiles tradicionales. Mejor hablar claro, cargar con las secuencias y seguir en la brecha con todos los riesgos, pues al final la recompensa se mostrará en felicidad de vidas salvadas y en gratitud, porque el porvenir se acerca con mayor determinación que nos exige no mirar al pasado, siguiendo la advertencia evangélica: “quien pone la mano en el arado y mira hacia atrás no es digno de mí”. Aunque utopía, aspiremos a la buena salud que da felicidad y a la mala memoria para traumas, rencores y violencia.