En aquellas naciones en las que las indicaciones de los Gobiernos fueron bastante relajadas, el caso de Suecia es uno de los que más ha llamado la atención de los medios, se apeló, sobre todo, a la responsabilidad individual de cada ciudadano. Se informó sobre la pandemia, se hizo la preparación necesaria para que el sistema sanitario supiera responder a la emergencia, pero, luego, se dejó que la gente pusiera sus propios medios para evitar el contagio y cuidara de su propia salud. Y no era que el Gobierno estuviera haciendo dejación de sus obligaciones, sino que procuraba no violentar la libertad personal, unida esta a su propia responsabilidad.
Y eso debe tenerse en cuenta una vez que en Honduras se inicie la desescalada, que ojalá sea cuanto antes por el bien de la salud económica y mental de los hondureños. Es cierto que el Gobierno debe velar por el bienestar de la población, por un principio de subsidiariedad, pero también es necesario que cada ciudadano se convierta en custodio de su propia salud y que actúe con total responsabilidad personal, sin esperar que el Estado sea una especie de niñero permanente que le indica qué hacer y qué no hacer, dónde ir y dónde no ir, con una actitud paternalista, más propia de los autoritarismos que de las democracias.
Claro, la autonomía ciudadana se conquista con una actitud madura, con una conducta, vale insistir, responsable. Una vez de vuelta a la calle no se debería continuar invirtiendo recursos para que se nos recuerde que debemos lavarnos las manos o usar gel, que debemos mantener la distancia mientras nos relacionamos con otras personas, o que debemos usar la mascarilla cuando salgamos de nuestra casa, o, incluso, dentro si nos sentimos enfermos. En gran medida, el curso de la pandemia la vamos a definir los ciudadanos. Si actuamos con responsabilidad saldremos pronto; si no, solo Dios sabe cuándo.