25/04/2024
10:33 AM

Educación

  • 18 mayo 2020 /

    El sector educativo ha entrado de lleno, más que en una nueva etapa, en una edad histórica que marca la ruta de la modernidad, léase tecnología, en la cual había dado tan pequeños pasos que educación era sinónimo de presencia física en el aula con un corolario, no siempre aceptado de buena gana, referido a las tareas en la casa.

    Las extremas condiciones de convivencia, para grandes y pequeños, se han reducido en los últimos meses a la vivienda familiar. Ha aparecido el teletrabajo para quienes siguen en planilla. En el sector educativo, la revolución ha sido tal que aquello de evolución, prevista para los próximos años, ha roto todos los cálculos y, de la noche a la mañana, parte de la casa se ha convertido en aula.

    Lo físico es, sin duda, los más visible; pero hay algo más importante y sustancial en la drástica transformación de la labor educativa, condicionada por la tecnología, aunque la enorme deficiencia es el afecto entre maestro y alumno.

    La admirable aceptación del desafío por parte de multitud de maestros abre la oportunidad a esa nueva era en la educación a la que hicimos referencia, pues si la tecnología había llegado incluso para personas de mayor edad, la navegación se había limitado a redes sociales, al correo y a la pertenencia a algún grupo de personas para expresar su diario vivir y su sentimiento en espacios reducidos.

    Numerosos maestros dieron el salto y, aunque la jornada laboral se ha extendido, no hay timbre de salida al recreo o de regreso a casa, la gran mayoría, rompiendo el tabú de la edad, ha absorbido los nuevos programas. Su adaptación a la metodología en línea resulta efectiva para la mayoría de sus alumnos. El grave problema es mantener seguimiento en el aprendizaje, que en el aula se conseguía con el acercamiento y “repe” hacia aquellos alumnos más “duros”.

    La situación excepcional que nos toca vivir a todos puede ser muy provechosa para reforzar los cambios de las últimas décadas y, sobre todo, aumentar la participación de los padres en la educación de sus hijos, pues el tiempo en casa es oportunidad para la convivencia fructífera, salvando las diferencias, que son muchas, producto de las generaciones.

    Los buenos maestros, la mayoría, también están en primera línea y su adaptación a las exigencias de la pedagogía y uso de las modernas herramientas abren el camino de la esperanza para mejorar la calidad de vida de los hondureños. Ojalá que así lo entiendan políticos y funcionarios para que la educación y la salud sean las firmes y gruesas columnas de la Honduras que todos queremos.