En los últimos días, el juicio que se sigue contra el exdiputado Juan Antonio Hernández, en un tribunal norteamericano, por supuesta vinculación con mafias de narcotraficantes que han operado en Honduras, parece ir por el mismo camino que las mencionadas telenovelas. No obstante la seriedad que ha caracterizado a la justicia estadounidense, no sería esta la primera vez que un fiscal lanza una acusación que causa un gran revuelo mediático, se desarrolla un juicio con testigos de dudosa o demostrada mala reputación, y, al final, todo queda en papeles, testimonios, caricaturas y ruido, mucho ruido.
Lo que suceda en la corte neoyorquina puede o no llamar la atención a los hondureños que no están interesados en política sectaria, la mayoría, según la última encuesta de Gallup; mientras otros, por intereses personales o de grupo, hacen apuestas y vaticinan sobre lo que saldrá de aquellos tribunales en las semanas que vienen. Típico en nuestro país: no faltan en el escenario político individuos que se la pasan haciendo alharaca sobre la paja en el ojo ajeno y pretenden disimular el tronco que llevan en el propio.
La vida de otros, sobre todo cuando se tienen pocas ocupaciones, puede ser muy entretenida. Gastar tiempo valioso alimentando sospechas o deseando el mal al opositor partidario, parece que también. Como si el país estuviera para vivir de fantasías y así malgastar el siempre escaso y valioso tiempo.
Hay en Honduras problemas reales que deben darnos que hacer a todos: el temible dengue, que puede tener un rebrote peligroso con las copiosas lluvias, la caída del precio internacional del café, la lucha contra la narcoactividad real, la falta de fuentes de empleo, y tantas otras cosas que obstaculizan nuestra marcha hacia el desarrollo pleno. En eso deberíamos concentrarnos y no en relatos macabros de probados delincuentes.