En épocas pasadas, la expresión de “magister dixit”, “el maestro dijo”, era un casi dogma, un mandato que repercutía hasta en la casa en todo lo referente al trabajo escolar, de manera que el mentor estaba presente no solo en la vida personal del alumno, sino que conocía las vicisitudes familiares, cuya comprensión hacía más eficaz el trabajo en el centro educativo. Puede parecer esta reflexión anacrónica y hasta lejana de los programas pedagógicos en la era de la electrónica, pero quienes vivieron aquellos años, padres de familia y alumnos, recuerdan con nostalgia y cariño cuando los maestros caminaban a la salida de la jornada de la mañana, de la tarde y de la noche acompañados de los alumnos que iban entrando a sus casas.
Llegaron los años en que se cuarteó el sistema y la prioridad se llamó “doscientos días de clase”. A inicios de esta década, tras un arduo trabajo, se superó incluso esa meta que, pese a la situación política y sus consecuencias, se ha ido manteniendo. Sin embargo, ese logro, muy importante, necesario y exigido por la sociedad, es solamente la parte externa y la más visible del sistema educativo público. La calidad educativa habrá de calificarse no tanto en el informe de calificaciones, sino en los cambios y progreso en el país, pues la educación es el cimiento en la sociedad, convivencia armoniosa, respeto, lealtad, trabajo, salud, autoestima y valoración de cuanto somos, tenemos y nos rodea.
Es urgente fortalecer la seguridad, pero para que sea durable el sistema educativo es la ruta, y en ella el maestro, bien pagado, con material didáctico, en instalaciones apropiadas, en permanente actualización, en comunicación con la familia y con visión amplia y plural de los problemas nacionales debe ejercer protagonismo y recuperar la confianza y credibilidad de “el maestro dijo”.