Pero si no nos dejan llegar a nuestros sitios de trabajo o nos obligan a caminar kilómetros para llegar a ellos, si destruyen fuentes de empleo, si ahuyentan la inversión local y foránea, nos la ponen difícil y nos colocan en una situación sumamente crítica que nos lleva, en lugar de simpatizar con sus propuestas políticas, a rechazarlas rotundamente.
Para los hondureños que queremos, y debemos, trabajar, no deja, además, de ser una incógnita cómo hacen para vivir aquellos que andan constantemente en las calles, protagonizando desórdenes e impidiéndole trabajar a los demás.
Queda claro que los dirigentes magisteriales y los del Colegio Médico que siguen directrices de los líderes opositores que todos conocemos reciben salario del Gobierno, de modo que, aunque no descuenten el salario, lo cobran cada fin de mes. Igual con los diputados de Libre, que desde hace meses han dejado de representar a los que los eligieron, pero no han renunciado a continuar viviendo del Estado. La gente joven, que es empujada por adultos irresponsables a cometer fechorías, vive a costa de sus padres, aunque algunos de los más violentos, que ni trabajan ni estudian, posiblemente forman parte de estructuras que se dedican a la extorsión u otro tipo de actividades ilícitas.
Y, por más que se les ha dicho, los promotores de tomas, quema de negocios, marchas y huelgas, no entienden que los hondureños estamos hartos, que hacemos nuestro el ¡basta ya! de la Conferencia Episcopal, ya que nos mantienen en permanente zozobra, bajo continua amenaza, con la duda de qué se les va a ocurrir el día de mañana para hacerle más daño al país y su gente.
Ojalá que, cuanto antes, se pongan la mano en la conciencia, dejen de buscar pretextos para dejar de trabajar y no impidan que los que sí queremos producir progreso y desarrollo hagamos algo por esta Honduras, que tanto lo necesita.