Si hace unos días saltaba la alarma en La Ceiba a cuya población se le advertía de los cortes del servicio de agua en los domicilios, desde la ciudad de Yoro se escucha un mensaje similar al apuntar hacia la huella del verano en quebradas y ríos que alimentan la única represa de la que se abastece la cabecera departamental. “Yoro se queda sin agua”. A la pregunta del porqué no será necesario recurrir a investigación científica o inspección policial, sino solamente abrir lo ojos para observar el descombro en la montaña por la tala del bosque y las quemas provocadas supuestamente para preparar la tierra para la siembra.
Más de lo mismo con muy escasa diferencia en todos los puntos del país. Es el inicio del verano y, como maldición, las llamas devoran miles de hectáreas de bosque que si atrae la atención sobre los racionamientos en el suministro del líquido o sequía en los cultivos por carencia de sistemas modernos de riesgos, también es evidente el pernicioso efecto sobre la ya precaria calidad de vida de los hondureños.
En San Pedro Sula, con El Merendón de dos caras, la bonita, en peligro, con foresta, bosque, y la otra con fincas y tala. Y ante ello, “los funcionarios se han quedado callados y ciegos” pese al gravísimo riesgo de los recursos naturales del municipio, explica el exregidor municipal y excomisionado de tierra Roque Pascua, quien advierte de la necesidad urgente de proteger las fuentes de agua y las corrientes superficiales para alimentar las reservas del acuífero de Sunseri, hoy en mayor peligro por las invasiones en el bordo de río Blanco, cuyas aguas contaminadas se infiltrarán en las reservas de las que el 75% alimentan las redes de distribución de aguas en los hogares e industrias.
El verano está a la puerta y las quejas recorren montañas y valles, poblaciones y caminos, no hay agua y de seguir ciegos, sordos y mudos no habrá que aludir a Sonora, Atacama o Sahara, tendremos, para desgracia, nuestro propio desierto, exhibición de muerte y esterilidad.