En los internos, el Banco Central de Honduras ha mantenido una política monetaria adecuada para contener la inflación. Las fuertes presiones sobre los precios, pese al consumismo, han hallado barreras que han impedido distorsiones en la economía, aunque persiste la debilidad interior y la dependencia de factores con mayor presencia por el abultado endeudamiento interno y externo, en acelerado crecimiento para respaldar el presupuesto anual. Todo un galimatías que por cualquier lado que se considere tendrá motivos de justificación, unos más fuertes que otros, lo que al final se define desde arriba y ojalá que sea lo mejor para la economía nacional, pero sobre todo para la economía personal y familiar.
La mayor inquietud reside en el costo del dinero para las empresas que lo trasladarán a los precios de las inversiones y de los productos de consumo. En círculos bancarios, tras la decisión del BCH, se aseguró que sería leve el alza, aunque es pronto para identificar un porcentaje. Pese a la inestabilidad interna, los cálculos sobre el crecimiento de la economía, aunque no son para “cantar”, sí se han mantenido; pero la creación de empleo productivo es aún una tarea sin completar, un descomunal desafío, con evidencia además en graves problemas sociales, gran vacío en el quehacer diario de supervivencia.
Contener la inflación es cercar temporalmente el fuego, pero estimular la inversión y dinamizar la economía es prevenir el incendio, por lo que las alternativas habrán de considerar todos los elementos, no solo medidas restrictivas que contraigan la inversión y limiten la capacidad adquisitiva de los ciudadanos con bajos salarios y con menos oportunidades de incorporarse el marcado laboral, especialmente a las jóvenes generaciones. Habrá que romper el círculo vicioso. Serán antibióticos para contener la enfermedad, pero mucho disminuye las defensas. Así, la lucha antiinflación puede afectar la inversión y el consumo, y a lo mejor resulta peor el remedio que la enfermedad.