José Andrés, un alumno del octavo grado en un instituto privado de San Pedro Sula, se acostaba sobrio todas las noches y amanecía con zumos de alcohol al día siguiente sin que sus padres supieran qué estaba pasando. El muchacho, cuyo verdadero nombre omitimos, asistía normalmente a clases y al salir del colegio se dirigía directamente a su casa, en donde no había posibilidades de que se embriagara.
Tampoco era posible que tomara en sueños y que eso le provocara sus borracheras, pues estas eran reales. Lo que estaba sucediendo es que, en cuanto sus padres se dormían, el chofer de la familia lo transportaba, por una buena paga, a un lujoso bar de la ciudad, en donde daba rienda suelta a su afición mientras el conductor esperaba afuera del establecimiento. Cuando José Andrés había tomado lo suficiente lo llevaba de regreso a casa, a la que el chico entraba sigilosamente sin despertar a nadie. La treta repetitiva fue descubierta porque el mismo estudiante hablaba a sus compañeros sobre un bar muy chévere que él conocía. Esto llegó a oídos de la docente orientadora del colegio, quien hizo las averiguaciones del caso y luego comunicó a los padres lo que estaba sucediendo. Así fue como se hicieron los correctivos para detener aquella temprana adicción que pudo convertirse en alcoholismo. Tomar alcohol a la temprana edad de José Andrés pudo aumentar el riesgo del uso de otras drogas más adelante. Algunos jovencitos experimentan un poco y dejan de usarlas o continúan usándolas ocasionalmente sin tener problemas significativos. Sin embargo, otros desarrollan dependencia, usan luego drogas más peligrosas y se causan daños significativos a ellos mismos y posiblemente a otros porque “eso se pega como estampilla” si no se previene.
Un compañero de José Andrés desarrolló una dependencia distinta, pero no menos peligrosa que el alcoholismo: no podía vivir sin su computadora, a tal grado que cuando en el colegio lo obligaban a guardarla porque no la necesitaría en clase, en cuanto podía la buscaba tan solo para tocarla, como quien acaricia a una novia. Es decir que, además de las adicciones reconocidas, como las relacionadas con drogas, tabaco y alcohol, ahora nos enfrentamos a una serie de adicciones derivadas de la tecnología. El uso compulsivo de dispositivos electrónicos puede causar problemas de salud mental, como ansiedad, depresión y baja autoestima. Hasta la adicción a la lectura puede ser dañina. Lo mejor es cultivar el hábito de leer para ayudarnos a combatir todas las adicciones y vivir una verdadera felicidad.
José Andrés, un alumno del octavo grado en un instituto privado de San Pedro Sula, se acostaba sobrio todas las noches y amanecía con zumos de alcohol al día siguiente sin que sus padres supieran qué estaba pasando. El muchacho, cuyo verdadero nombre omitimos, asistía normalmente a clases y al salir del colegio se dirigía directamente a su casa, en donde no había posibilidades de que se embriagara.
Tampoco era posible que tomara en sueños y que eso le provocara sus borracheras, pues estas eran reales. Lo que estaba sucediendo es que, en cuanto sus padres se dormían, el chofer de la familia lo transportaba, por una buena paga, a un lujoso bar de la ciudad, en donde daba rienda suelta a su afición mientras el conductor esperaba afuera del establecimiento. Cuando José Andrés había tomado lo suficiente lo llevaba de regreso a casa, a la que el chico entraba sigilosamente sin despertar a nadie. La treta repetitiva fue descubierta porque el mismo estudiante hablaba a sus compañeros sobre un bar muy chévere que él conocía. Esto llegó a oídos de la docente orientadora del colegio, quien hizo las averiguaciones del caso y luego comunicó a los padres lo que estaba sucediendo. Así fue como se hicieron los correctivos para detener aquella temprana adicción que pudo convertirse en alcoholismo. Tomar alcohol a la temprana edad de José Andrés pudo aumentar el riesgo del uso de otras drogas más adelante. Algunos jovencitos experimentan un poco y dejan de usarlas o continúan usándolas ocasionalmente sin tener problemas significativos. Sin embargo, otros desarrollan dependencia, usan luego drogas más peligrosas y se causan daños significativos a ellos mismos y posiblemente a otros porque “eso se pega como estampilla” si no se previene.
Un compañero de José Andrés desarrolló una dependencia distinta, pero no menos peligrosa que el alcoholismo: no podía vivir sin su computadora, a tal grado que cuando en el colegio lo obligaban a guardarla porque no la necesitaría en clase, en cuanto podía la buscaba tan solo para tocarla, como quien acaricia a una novia. Es decir que, además de las adicciones reconocidas, como las relacionadas con drogas, tabaco y alcohol, ahora nos enfrentamos a una serie de adicciones derivadas de la tecnología. El uso compulsivo de dispositivos electrónicos puede causar problemas de salud mental, como ansiedad, depresión y baja autoestima. Hasta la adicción a la lectura puede ser dañina. Lo mejor es cultivar el hábito de leer para ayudarnos a combatir todas las adicciones y vivir una verdadera felicidad.