18/04/2024
06:14 AM

Trump, ¿2024?

Jorge Ramos Ávalos

El presidente Joe Biden es todo lo opuesto a Donald Trump. Biden es pausado, tranquilo, no tuitea, piensa lo que dice y tiene un ego muy bien controlado.

De hecho, no es aventurado decir que la mayoría de los estadounidenses votaron por él precisamente porque era tan distinto a Trump. Su estilo de gobernar, sin duda, ha calmado a Estados Unidos.

Ya no nos levantamos cada mañana con la angustia de ver qué tuiteó Trump en la madrugada desde la Casa Blanca. Qué bueno que no depende de Trump el inicio de una tercera guerra mundial.

La manera de mandar de Biden es clásica, institucional, estructurada. Es el típico presidente; lo que te imaginas cuando piensas en un líder de Estados Unidos. La ecuanimidad y el balance emocional de Biden; sin embargo, no generan grandes titulares ni discusión en las redes sociales. Biden es Biden y no hay sorpresas.

​Pero los problemas se avecinan para el presidente y los demócratas. Así, rapidito, hay enormes presiones para controlar la expansión rusa en Europa y la invasión a Ucrania. Eso se suma a la caótica y vergonzosa salida de Afganistán. A nivel nacional nos acercamos al millón de muertes por la pandemia, la inflación nos come el mandado, no hay nada que suene a reforma migratoria, el congreso está paralizado, el país dividido ideológicamente por la mitad y, según una encuesta, hay poco entusiasmo por el futuro. Solo el 41 por ciento de los jóvenes (de 18 a 29 años) aprueba el trabajo hecho hasta hoy por Biden.

Y todo esto lo podría aprovechar Donald Trump para lanzarse a la presidencia en el 2024. Trump, irónicamente, haría su campaña diciendo: voten por mí, yo no soy Biden.

​El problema con Trump es que miente mucho, ha hecho graves comentarios racistas y es una amenaza para la democracia de Estados Unidos. Nada más.

​Vamos por partes. Trump es el principal promotor de lo que en Estados Unidos se conoce como la “gran mentira”. Y esa consiste en asegurar, falsamente, que las pasadas elecciones presidenciales fueron fraudulentas y que el verdadero ganador fue Trump.

​Trump es un perdedor. Pero no lo puede reconocer. Rechaza sicológicamente cualquier cosa que vaya en contra de su visión del mundo. En junio del año pasado me encontré a Trump en un evento en la frontera en Weslaco, Texas. Y ahí le pregunté: “¿Va usted a reconocer finalmente que perdió las pasadas elecciones?” Me miró fijamente y respondió: “Ganamos la elección”.

​Este es el mejor ejemplo de cómo miente Trump. Te ve a los ojos y te miente en tu cara. Lo que nunca sabremos es si él también se cree sus mentiras. Pero las mentiras tienen consecuencias. Lo más peligroso de Trump son sus ataques al mismo sistema democrático que le permitió lanzarse como candidato y ser presidente. Hace unos días se levantó de una entrevista cuando el periodista Piers Morgan le dijo que había perdido la elección.

​No hay la menor duda de que él instigó a miles de manifestantes a ir hacia el edificio del congreso en Washington el 6 de enero del 2021. “Marchen al Capitolio”, les dijo en un discurso frente a la Casa Blanca. “Porque ustedes nunca podrán recuperar nuestro país si son débiles”. Esa es una clara definición de lo que es incitar a una insurrección.

“Estas son las cosas y eventos que pasan cuando una contundente victoria electoral se le roba a grandes patriotas”, escribió Trump en un tuit ese mismo 6 de enero en la tarde, antes de pedirles a sus seguidores que se alejaran del Capitolio. “Y recuerden este día para siempre.” (Lo recordaremos: cinco personas murieron ese día.)

​No todo quedó ahí. Trump, frustrado, quería que el vicepresidente Mike Pence anulara el resultado de las elecciones. “Desafortunadamente (Pence) no ejerció su poder”, dijo Trump en un discurso el pasado 31 de enero, reconociendo públicamente y por primera vez las presiones que puso sobre su vicepresidente. “Él pudo haber revertido el resultado de las elecciones.”

​El vicepresidente Pence, en realidad, nunca tuvo esa autoridad. “El presidente Trump está equivocado”, dijo Pence en un discurso en febrero. “Yo nunca tuve el derecho de anular el resultado de las elecciones”. Y luego, en la crítica más dura que jamás le he escuchado a Pence contra su antiguo jefe, dijo que “no hay nada más antiamericano que la noción de que una sola persona pueda escoger al presidente de Estados Unidos”. Eso es precisamente lo que Trump quería hacer: nombrarse presidente por cuatro años más. Y en América Latina a eso le llamamos golpe de estado.

Trump no solo es un peligro para la democracia y muy mentiroso -mintió más de 30 mil veces durante su presidencia, según el conteo del Washington Post- sino que ha dicho cosas horribles. Sus comentarios racistas se amontonan, desde que dijo que los inmigrantes mexicanos eran “criminales” y “violadores” hasta asegurar que el juez Gonzalo Curiel no podía ser imparcial debido a su “herencia mexicana”. Y hay muchos comentarios más.

​Este es el Trump –venenoso en sus palabras, mentiroso y promotor de una insurrección- que pudiera regresar a la Casa Blanca dentro de tres años. La investigación en el congreso sobre la insurrección del 6 de enero del 2021 aún no ha terminado. Pronto sabremos todo lo que hizo para tratar de quedarse ilegalmente en la presidencia de Estados Unidos.

Mientras tanto, el daño ya está hecho. Las encuestas indican que millones de republicanos se han tragado las mentiras de Trump y creen que Biden es un presidente ilegítimo. Esta es, tristemente, la misma conversación que durante décadas hemos tenido en varios países de América Latina. La verdad, nunca me imaginé que ocurriría también en Estados Unidos.

Es cierto, el sistema funcionó: Trump perdió y Biden está en la Casa Blanca. Mas no hay una garantía de que funcionará siempre. Por eso hay que resistir los intentos autoritarios de Trump. De esto depende el futuro del país.

Para que la democracia sobreviva y se fortalezca en Estados Unidos, deben ser penalizados los que la pusieron en peligro. Varios de los manifestantes que provocaron los desmanes en el Capitolio ya han sido arrestados y sentenciados. Pero con Trump no ha pasado nada. El futuro del país depende, sin exagerar, de que el autor intelectual de la insurrección sea obligado a responder y a hacerse responsable de sus actos contra un sistema que ha funcionado por más de dos siglos. Hasta que eso no ocurra, la paz no regresará a Estados Unidos. ​