Hemos sufrido mucho; ver partir a la eternidad a amigos, parientes, y miles de personas alrededor del mundo que aún tenían mucho por ofrecer es algo que duele en el alma. Pero debemos mostrar resiliencia y adaptarnos a la nueva normalidad que nos desafía y que llegó para quedarse en nuestras sociedades.
Es evidente que en el caso particular de Honduras esa capacidad de avanzar requiere aún mayor audacia, pues no solo se brega contra la pandemia, sino contra el mismo Estado fallido que se carcome de corrupción desde sus entrañas. Es así que el recuento y balance aparentemente es negativo, pero podemos aprender a entresacar lo precioso de lo vil, a contar nuestras bendiciones y desechar lo malo con el compromiso serio de no repetir errores que han levantado muros en nuestro camino.
Es tiempo de tener una nueva esperanza que nos haga acrecentar nuestra fe de que la noche está llegando a su final y que la luz de la aurora trae consigo una nueva oportunidad de vida y de transformación.
Amable lector, la llegada de un nuevo año no significa que la pandemia y los profundos problemas sociales desaparecerán al son de la campanilla del reloj, no podemos ser tan ilusos, pero sí podemos asumir responsabilidad por nuestra generación presente y las que vienen.
Es tiempo que el recuento de lo perdido y lo ganado en este año 2020 se convierta en una lección poderosa para que venga lo que venga en 2021 encuentre en nosotros a ciudadanos con valores e ideales fuertes y así estar listos para escribir una nueva historia.