En el principio de este mes los estadounidenses celebraron su emancipación de los ingleses, en estos días los franceses están celebrando también su independencia, pero de la monarquía, que comenzó con la toma de la Bastilla un 14 de julio de 1789.
A pesar de entender, aunque no a fondo claro está, para esto se tendría que haber vivido exactamente en ese tiempo, en ese lugar y en la posición de esas personas, pero tenemos una idea de lo que ellos buscaban cuando decidieron acabar con un régimen absolutista que mantenía a una buena parte del país subyugada. A pesar de esto y porque soy admiradora de la última reina francesa, no puedo evitar sentir mucho pesar por todo lo que significó para ella, para otros miles que terminaron bajo la cuchilla de la nefasta guillotina, y para muchos más que de alguna manera u otra sufrieron esa sangrienta y violenta revolución.
Releyendo una de las cartas del diario de Ana Frank donde esa inocente adolescente escribe sobre una reunión con sus amiguitas por el festejo de su cumpleaños número catorce, misma en la que expone sus emociones, propia de una muchachita de su edad y sus ilusiones para el futuro, tampoco se puede evitar reflexionar sobre lo vulnerables que somos, el poco control que tenemos de algunas situaciones en las que estamos sometidos a los que sí lo tienen, esos que tienen el poder de decidir si nuestra vida y la de nuestra familia continúa su ritmo normal o no.
La historia está plagada de acontecimientos en los que los pueblos más débiles se han visto sometidos por los más poderosos, y lo que han tenido que soportar estos pueblos es por demás, insoportable. Por nombrar solamente algunos; los indios americanos, los nacidos en la hoy Latinoamérica, los esclavos africanos, los gitanos, los judíos, los nativos australianos, los de Tasmania, los de Portugal, los cristianos en la época de Constantino, los protestantes y los no cristianos, en la época medieval. Y la lista podría continuar, desafortunadamente.
Claro que visto desde la distancia y, como dije, sin haber estado personalmente ahí, entendemos o creemos entender que muchas de esas cosas tenían que suceder para poder llegar hasta donde estamos ahora. ¿Y dónde estamos ahora? Pues se supone que en plena civilización, en pleno desarrollo que avanza a pasos agigantados, viviendo en libertad, protegidos por los derechos humanos y las leyes, la salud social, la educación básica gratuita, la comunicación instantánea y demás situaciones que hace algunos siglos eran impensables. Y digo que se supone porque mucho de esto no es precisamente así como debería ser y porque hablamos de una parte de nuestro mundo ya que en la otra parte, las cosas no han cambiado mucho que digamos.
Como dije, muchos de aquellos desastres tuvieron que suceder para algunos efectos positivos actuales, pero otros, como la esclavitud, el nazismo y las cacerías de brujas, por ejemplo, fueron y seguirán siendo un sinsentido. Por eso nos alegramos de que los escritores, periodistas, documentalistas, compositores y guionistas de cine no se cansen de mencionar las injusticias pasadas. Porque como bien dice la famosa frase; “quien no conoce su historia, está condenado a repetirla”.