18/04/2024
02:39 PM

No debería

Elisa Pineda

He visto varias veces un video que circula en redes sociales, en el que un joven con evidente desilusión se queja ante la falta de oportunidades en Honduras. Emigrar no es opción dado los peligros graves del camino, pero quedarse es un verdadero desafío, no solamente por la vulnerabilidad ante desastres naturales y la falta de celeridad en la reconstrucción de obras de protección, sino también por la inseguridad ciudadana.

“O me pasa el río o me pasa la delincuencia”, señaló el joven del video que circuló con motivo de las acciones de protesta exigiendo la reconstrucción de los bordos de los ríos, en el sector Chamelecón, San Pedro Sula.

“Mi papá se quedó sin trabajo y la llena se llevó la casa”. ¿Cuántas historias repetidas habrá en esta tierra? Quizás esta sea la voz elocuente de miles que no tienen otra opción más que callar.

Nuestra gente ha aprendido a levantarse una y otra vez, a pesar de los problemas que enfrentamos en nuestra propia tierra, en la que constantemente nos sentimos desprotegidos.

El peligro es perder la cordura, ante un contexto tan surrealista en el que algunas voces alejadas de esa realidad percibida por la mayoría, se obstinan en su propio monólogo. Disentir es un riesgo, aunque no debería serlo.

En el escenario internacional esgrimimos el principio de autodeterminación de los pueblos, cuando en realidad internamente no somos capaces de dialogar, de tender puentes y generar respuestas compartidas.

La construcción de una cultura basada en la resolución pacífica de controversias, en la justicia para todos, es un sueño por el que seguir luchando. La creación de una sociedad plural y respetuosa en la que podamos convivir en armonía, también lo es.

Parece que en Honduras hemos dado vueltas en círculos, volviendo siempre al mismo punto: tenemos que fortalecer el estado de derecho, pues sin respeto a la Constitución y las leyes, y sin instituciones sólidas es realmente difícil generar el desarrollo sostenible que todos deseamos.

Más allá de todas las carencias que nos afectan en diferente medida a quienes compartimos un espacio en este país, hay un intangible que se ha esfumado casi por completo: la confianza.

En plena campaña electoral, los candidatos tienen el enorme reto de conquistar el voto joven; pero la juventud parece no estar dispuesta a escuchar discursos vacíos.

Antes de la pandemia, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE, 2018) cerca de 800 mil jóvenes en Honduras se encontraban en la población ni-ni, es decir, no estudian ni trabajan. Hace pocos días, Diario La Prensa publicó la noticia de los resultados de un estudio de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso-Honduras) y la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) que revela que el 26% de jóvenes en San Pedro Sula no estudia ni trabaja.

Es de esperar que los efectos de la pandemia en el empleo y la educación hayan dado como resultado un incremento de esta población. ¿Qué propuestas reales hay para ellos?
Otros de los grandes pendientes son los retos educativos. No solamente se trata de infraestructura, de cobertura y calidad, sino también de la conexión entre la educación formal y la vida laboral. Generar la motivación de los jóvenes con su propia formación pasa invariablemente por la correspondencia entre esta y las posibilidades de obtener un empleo digno, indispensable para acceder a mejores condiciones de vida.

Es necesario generar espacios para la participación juvenil, no solamente en el período de campaña, sino siempre. Aún tenemos muchas deudas pendientes con los jóvenes de ayer y los de hoy. Sin la juventud, no hay futuro.