Hace dos días leímos las últimas noticias sobre el caso de la muerte de Mathew Perry, estupendo artista estadounidense conocido por todos por su emblemático papel de Chandler Bing en la exitosa serie Friends.
Conocer que hay cinco personas implicadas y detenidas por este caso, fue una cosa sorprendente, y más porque una de ellas es su asistente personal, el hombre en quien Mathew confiaba a ojos cerrados, y es precisamente esto lo que puede ponerle a uno a dudar un poco.
El caso de los traficantes clandestinos de estupefacientes no es que sorprenda tanto porque a eso se dedican, el de los médicos sí, porque no es algo que se espere de un profesional de la salud, sin embargo, hay pruebas contundentes de que estaban aprovechándose de la dependencia del actor, incluso hay un mensaje de uno de ellos diciendo algo así como: “a ver cuánto paga por esto este idiota”, refiriéndose a un medicamento que aparentemente cuesta menos de veinte dólares y por el cual Mathew pagaba dos mil.
Y bueno, esperemos que la justicia ponga a cada uno donde merece estar.
Pero volviendo al caso del asistente de Perry, me pregunto si tal vez se trate de una buena persona que nunca quiso que le pasara nada a su jefe y amigo, alguien que solo cumplía órdenes y cuya única culpabilidad fuera la falta de prudencia y asertividad porque al fin y al cabo quien daba las órdenes de “dame un Shoot bien grande” refiriéndose a las inyecciones de Ketamina, era Mathew quien se encontraba, a pesar de sus mil intentos de rehabilitación, en una fase de autodestrucción de la cual nadie pudo sacarlo.
Y, ¿cómo es posible que nada ni nadie pudiera sacarlo de ese estado de tristeza, derrotismo, dependencia y autocompasión (todo esto sale reflejado en su libro autobiográfico Friends, Lovers and the Big Terrible Thing, el cual recomiendo ampliamente), si sabemos que estuvo en tratamiento psiquiátrico y rehabilitación por muchísimo tiempo?
Bueno podríamos fácilmente entender porque los médicos no ayudaron mucho, dado lo que acaba de salir a relucir en su caso, pero, ¿y el tratamiento psicoterapéutico recibido? ¿Acaso no fue lo suficientemente bueno o consistente para causar el efecto deseado?
Tal vez. Probablemente nuestro querido Mathew no logró aceptar la verdad del camino que había elegido para sí mismo porque finalmente la psicoterapia está diseñada para guiar al paciente a descubrir por sí mismo lo que necesita descubrir porque como nos dice Fritz Perls; “la verdad solo se puede tolerar si la descubre uno mismo”.
Tal vez, y aunque suene a Cliché, sigue siendo cierto aquello de que nadie puede ayudar a aquel que no quiere ser ayudado. Quizás siga estando vigente lo que nos pedía Hipócrates: “antes de curar a alguien, pregúntale si está dispuesto a renunciar a eso que lo enfermó”.