24/04/2024
07:37 PM

Más allá de la formación intelectual

Roger Martínez

Cuando se habla de educación se suele cometer el error de pensar exclusivamente en la formación intelectual. Y es que casi siempre se relaciona la idea de educar únicamente con la adquisición de conocimientos, el desarrollo de destrezas o el ejercicio de competencias que tienen que ver con el conocimiento científico. Y lo anterior es importante y necesario.

Sin embargo, no podemos olvidar que, sobre todo durante la infancia y la juventud, en los primeros años en los que aprendemos a relacionarnos con el entorno y a convivir con los demás, es indispensable, y más importante aún, que eduquemos nuestra voluntad, el aspecto volitivo de nuestra personalidad.

La educación de la voluntad implica que aquellos que tenemos la responsabilidad de formar a las nuevas generaciones, y hablo de los que somos padres de familia, seamos capaces de crear un clima familiar en el que los hijos crezcan rodeados de cariño, pero también de exigencia. No se hace palanca con un churro, dice un antiguo refrán castellano; es decir, no puedo mover ni levantar nada si no tengo un instrumento suficientemente sólido y fuerte como para impulsarme o impulsar a otros. Un carácter débil, una personalidad pusilánime, difícilmente podrá influir positivamente en el medio ni podrá generar cambios positivos. Por eso es que no solo debemos preocuparnos de que nuestros hijos aprendan matemáticas o lengua o tecnología, sino que desarrollen una voluntad que les permita poseer la fortaleza de carácter que los lleve construir hábitos de trabajo, de respeto hacia los demás, de responsabilidad, de servicio.

Hablamos de sentar las bases para que los adultos del mañana no solo sean un muestrario, una colección, de conocimientos más o menos actualizados, sino hombres y mujeres virtuosos con los que resulta agradable trabajar y convivir, gente que aporta a la sociedad, personas que dejan huella positiva por donde pasan.

Lo anterior exige que los padres tengamos la intención de formar, que no cedamos a la tentación de pensar que los hijos se educarán solos. Los que hemos traído hijos al mundo debemos crear unos marcos domésticos en los que se conformen personalidades recias, intelectualmente curiosas, por supuesto, pero, más allá de ello, ricas en hábitos éticos, capaces de diferenciar el bien del mal y dispuestas a optar por el bien, aunque implique esfuerzo o desventajas a corto plazo.

El resto puede hacerlo una buena escuela, pero la educación de la voluntad no es cosa que deba dejarse a los maestros, ya que, en estricta justicia, no es asunto de su competencia. La voluntad se forma en casa, entendámoslo y actuemos en consecuencia.