-Siempre desean haber tenido el coraje de haber vivido más fieles a sí mismos, a sus convicciones y no tan pendientes del ambiente, de los amigos, de la sociedad. No han hecho lo que realmente querían y deseaban.
-Desearían no haber trabajado tanto y tan duro. Es un lamento más propio de los hombres. Y se arrepienten de no haber pasado más tiempo con la familia viendo crecer a sus hijos, siendo más cariñosos y no solo estar pendiente de su trabajo.
Se arrepienten de haber vivido una vida mediocre, y en muchos casos hasta amarga, en la que no se sentían ellos mismos. Es decir, no han tenido el coraje para expresar claramente sus sentimientos y deseos.
-Desearían haber luchado con más esfuerzo y denuedo por conquistar la felicidad. Y deploran haber confiado demasiado en algunas personas en vez de enfrentarse al ambiente e intentar sin miedo un cambio de vida.
Pero nos podemos preguntar ¿en estos momentos tan importantes y límites de la vida cuenta algo Dios y la vida del más allá? ¿Qué respuesta se da a la idea básica y universal de la inmortalidad?
Pero se están viviendo unos momentos demasiado serios para no plantear el más allá. Y está demostrado que a la mayoría de las personas, sean creyentes o no, les asalta la pregunta que siempre puede ser iluminada por la fe, por eso, y sin caer en simples sentimentalismos, es conveniente insinuar esta realidad y animar al moribundo a aceptar lo inevitable para alcanzar el encuentro con un Dios bueno y misericordioso que perdona siempre.
Y en especial en estos tiempos del covid-19 es más que necesario plantearse la muerte y la vida eterna con seriedad y responsabilidad sin esperar más porque no sabemos de cuánto tiempo disponemos, actuemos ya.