Los correos electrónicos que le ciberpiratearon al equipo de campaña de Emmanuel Macron parecen ser espectacularmente mundanos, según personas que los han leído. Incluyen información sobre problemas, intercambios personales y discusiones sobre el tiempo. No hay duda de que también incluyen algunas ideas penosas, pero, hasta ahora, es notable que carezcan de algún escándalo.
¿Esta descripción recuerda algo?
Ah, sí. El año pasado, agentes rusos robaron miles de correos electrónicos del equipo de campaña de Hillary Clinton y los publicaron mediante WikiLeaks. Su característica dominante fue que eran comunes.
No contenían ninguna evidencia de infracción, hipocresía mayor o escándalo sórdido. Hasta la peor revelación – que un directivo demócrata y colaborador de CNN le dio con antelación al equipo de campaña las preguntas de una asamblea municipal – se calificó de trivia. La campaña electoral de Ronald Reagan en 1980 implicó embustes significativos para el debate. Los correos electrónicos de Clinton estaban llenos, más bien, de bromas de personal sobre posibles cargos, angustias por la estrategia, quejas sobre los jefes y consejos a esos mismos jefes.
Solo imaginen que se diera a conocer al mundo su bandeja de entrada o la de su jefe. Supongo que no estaría libre de pena.
A pesar de la calidad común de los correos electrónicos de Clinton, los medios los cubrieron como si fuera una revelación profunda. El tono de la cobertura sugirió, a menudo, una gran primicia de investigación. Sin embargo, no hubo tal primicia. Era material robado por un gobierno extranjero hostil, publicado para que lo vieran todos y solo fue marginalmente revelador.
Digo esto como alguien a quien le gusta tanto el periodismos que nunca he tenido ningún otro empleo de tiempo completo. También lo digo con reverencia hacia los muchos periodistas que hacen un buen trabajo duro que, como explicó Thomas Jefferson, es vital para la democracia. Con un presidente que miente todo el tiempo, con frecuencia sobre los medios, el periodismo se hace todavía más importante. Y porque es tan importante, quienes lo ejercemos necesitamos estar abiertos a la reflexión y las críticas.
La cobertura, demasiado sobrevalorada, de los correo electrónicos ciberpirateados fue el peor error de los medios en 2016 – uno que seguramente se repetirá, si no se entiende correctamente. La televisión fue la mayor infractora, pero no se puede decir que los medios impresos no tuvieran culpa. El sensacionalismo exacerbado para un problema secundario en la cobertura: la obsesión con el servidor de los correos electrónicos privados de Clinton.
Estoy en desacuerdo con la gente que dice que el servidor era una nota de poca importancia. Clinton violó una política gubernamental y no fue totalmente honesta sobre sus acciones. La FBI realizó una investigación, sea lo que sea lo que se piensa de ella. Todo eso se suma a una verdadera nota periodística.
La cuestión es la escala. En el otoño, Gallup preguntó a los estadounidenses qué era lo que oían sobre los candidatos. Las respuestas sobre Donald Trump estaban por todas partes: la inmigración, sus discursos y críticas a Barack Obama, entre otras cosas. En comparación, cuando la gente describía lo que oía sobre Clinton, un tema sobresalía por encima de todos los demás: correo electrónico.
Es una acusación bastante dura sobre la cobertura (y la investigación de Gallup se hizo mucho antes de que James Comey escribiera su carta de mala fama). Es un signo de que el servidor privado de Clinton y los correos ciberpirateados llenaron todo lo demás, incluidos sus planes de reducir la desigualdad, de abordar el cambio climático y aplicar una política exterior más dura que la de Obama. Es un signo de que los medios no supieron diferenciar un tema que sonaba importante _ ¡correos electrónicos secretos! – de los que realmente eran más importantes.
El fin de semana pasado, los medios dominantes en Francia mostraron cómo ejercer un mejor juicio.
Ya tarde el viernes, dos días antes de la votación, los ciberpiratas dieron a conocer correos electrónicos del equipo de campaña de Macron. Las leyes francesas sobre los medios son más estrictas que las estadounidenses, y funcionarios gubernamentales arguyeron en contra de la publicación de la información ciberpirateada. Sin embargo, solo las propias campañas tenían prohibido legalmente hacer declaraciones en el último fin de semana. Las publicaciones pudieron haber informado sobre el contenido de los correos.
Prácticamente, no lo hicieron. “Fue un intento por manipular; gente tratando de manipular nuestro proceso electoral”, me dijo Gilles van Kote, el editor subjefe de “Le Monde”.
Correctamente, los periodistas franceses no se centraron en lo que parecía una gran noticia porque seguramente los correos sí lo hacían. Evaluaron lo que de verdad eran grandes noticias. El material dado a conocer por un gobierno extranjero hostil, con el objetivo de confundir al electorado, evidentemente sin ninguna información significativa nueva, no calificaba. Van Kote dijo que los reporteros siguen leyendo los correos para ver si garantizan notas futuras.
Es obvio que no son idénticos los dos casos. (Y Van Kote no estaba criticando al periodismo estadounidense; las críticas son mías.) Sin embargo, son suficientemente parecidos para decir que los medios franceses ejercieron un juicio mejor y más serio que los estadounidenses.
Esto no va a desparecer. Nuestro mundo digital asegura que la información privada sobre personajes públicos y no tan públicos, se volverá a dar a conocer en el futuro.
Los medios no siempre pueden ignorar esa información, por tentador que pueda parecer. Sin embargo, tampoco deben pretender que las únicas dos opciones son la negligencia y el sensacionalismo. Hay un punto medio, donde el juicio periodístico debería priorizar noticias por sobre el indicio de la noticia.
