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La insurrección, el día del ataque a la democracia

  • 06 enero 2022 /

Cada vez que Estados Unidos quiera darle lecciones de democracia al mundo, hay que levantar la mano y decir: 6 de enero de 2021. En estos días se cumplirá un año de una de las principales amenazas en más de dos siglos para la democracia estadounidense.

A principios de diciembre, Estados Unidos organizó la Cumbre de la Democracia, un encuentro virtual de dos días con representantes de más de 100 países considerados democráticos por el gobierno del presidente Joe Biden. Cuba, Nicaragua, Venezuela, El Salvador, Rusia y China, entre otros países, no fueron invitados. No sobran razones para excluirlos: de maneras distintas, esas seis naciones han presentado características antidemocráticas. Pero cabe preguntarse si el Estados Unidos actual es su mejor defensor. ¿Cómo te puedes presentar como adalid de la democracia global cuando todavía hay millones de estadounidenses que no reconocen el resultado de las pasadas elecciones y cuando el candidato perdedor, Donald Trump, no aceptó públicamente su derrota?

La democracia, dijo Biden desde la Casa Blanca, es el “gran reto de nuestros tiempos”. Y luego explicó su propósito: “Ante constantes y alarmantes ataques a la democracia y a los derechos humanos en todo el mundo, la democracia necesita defensores”.

Esta es la historia de ese fatídico 6 de enero, el día que nos recuerda que el país debe dejar a un lado la grandilocuencia, aceptar con humildad que tiene mucho camino por recorrer para fortalecer las instituciones democráticas y entonces consolidarse como un modelo a seguir —coherente y sólido— para el resto de las naciones. La democracia necesita defensores, sin duda. Y espero que Estados Unidos pueda serlo pronto.

A unos días de la juramentación del ganador de las elecciones de 2020, una turba de seguidores del entonces presidente, Donald Trump, irrumpió en el Capitolio. Cinco personas murieron durante o poco después del asalto y más de 700 personas han sido acusadas de violencia, conspiración y otros delitos. Aproximadamente 140 integrantes de las fuerzas de seguridad sufrieron heridas.

Ese día, hasta el hijo mayor de Donald Trump, Donald Trump Jr., le envió un texto al jefe de gabinete de la Casa Blanca, Mark Meadows, para que su padre condenara el ataque: “Tiene que condenar esta mierda, lo antes posible”, escribió. Pero no lo hizo de manera inmediata.

Hay miembros del Congreso, incluso del Partido Republicano, que advierten que Trump mismo promovió esos ataques con el propósito de anular los resultados de las elecciones. “Lo que ocurrió hoy fue una insurrección incitada por el presidente de Estados Unidos”, dijo el senador republicano Mitt Romney. Fue un “intento de golpe de Estado”, escribió en un tuit el congresista republicano Adam Kinzinger. El excongresista republicano Will Hurd aseguró en Twitter que “esto debe ser tratado como un intento de golpe de Estado por un presidente que no quiere dejar el poder de manera pacífica”.

Imposible saber lo que pasaba por la cabeza de Trump. Pero sus palabras, poco antes del ataque al Capitolio, fueron incendiarias y rechazaron tajantemente el resultado de las elecciones en las que había sido vencido por Joe Biden. En un discurso de 70 minutos ante miles de sus seguidores congregados en el National Mall, Trump dijo frases como estas: “Vamos a detener el robo”, “Nunca vamos a ceder. Nunca vamos a aceptar una derrota. Eso no va a pasar”, “Si ustedes no pelean al máximo, se van a quedar sin país”, “Vamos a caminar hacia el Capitolio”.

Una investigación del Congreso sigue en marcha para dilucidar lo que pasó ese día. Entretanto, Trump salió de la Casa Blanca y el nuevo presidente tomó posesión. Pero el costo para la democracia estadounidense ha sido altísimo. Más de la mitad de los ciudadanos registrados como republicanos cree que Donald Trump ganó las elecciones y es el presidente legítimo, según una encuesta de Reuters. En cambio, solo el 3 por ciento de los demócratas cree que Trump ganó. Es decir, Estados Unidos no hace honor a su nombre y está políticamente partido por la mitad. Así no se puede ser campeón mundial de la democracia. China, que no fue invitada a la cumbre, dijo a través de un reporte de su Ministerio de Relaciones Exteriores que “los balazos y la farsa en el Capitolio han revelado lo que yace debajo de las bonitas apariencias de la democracia estilo estadounidense”. Y los rusos, que tampoco fueron invitados, dijeron a través de una portavoz que era “patético” el supuesto derecho de Estados Unidos de decidir qué países podían llamarse democráticos y cuáles no.

Independientemente de las críticas desde el exterior, este no es un Estados Unidos que yo reconozco. Cuando llegué a este país en 1983 venía de un México salvajemente autoritario, donde los presidentes se escogían por dedazo de sus antecesores, donde había censura oficial y se reprimía la disidencia. Y por eso admiré un sistema longevo y estable donde los resultados se respetaban y seguía una transición pacífica del poder.

Recuerdo uno de los momentos más controversiales, en el año 2000, cuando Al Gore reconoció su derrota ante George W. Bush después de que la Corte Suprema detuvo un nuevo recuento electoral. Los separaban solo 537 votos en el estado de Florida. Gore pudo haber rechazado los resultados, pero no lo hizo por respeto a las reglas democráticas.

Y así fue hasta que apareció Donald Trump. Desde luego, no podemos culpar a un solo hombre por la erosión democrática en Estados Unidos. Sus seguidores y varios miembros del Partido Republicano del Congreso también tienen mucha responsabilidad al no aceptar los resultados oficiales de las pasadas elecciones. También la oposición ha fallado en hacer una vigorosa defensa de la democracia. Es un error creer que Estados Unidos sobrevivirá en automático cualquier ataque antidemocrático, como el de Trump. Por eso es preciso denunciar públicamente a quienes hoy, todavía, no reconocen la legítima victoria de Biden.

La “gran mentira” es como se le conoce al intento fallido de Trump de decir que las elecciones de 2020 fueron fraudulentas. Él y muchos políticos ultraconservadores siguen repitiendo y extendiendo esa falsedad que millones de estadounidenses creen. Y esa es una verdadera amenaza para el país.

Las elecciones de 2024, en las que Estados Unidos elegirá de nuevo a su presidente, serán una prueba de fuego. Pero mientras la “gran mentira” no se resuelva y se condene a los responsables intelectuales de la insurrección del 6 de enero, Estados Unidos no se puede poner a dar lecciones de democracia al resto del mundo.