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Hay secuelas

  • 13 noviembre 2022 /
Elisa Pineda

El tiempo transcurre y va dejando al descubierto algunos efectos de los que poco hablamos, de las medidas tomadas en los momentos más álgidos de la pandemia por covid-19.Una de las secuelas más evidentes es el rezago educativo, debido a que nuestro sistema no estaba -como tampoco lo está ahora- preparado para la virtualidad, dadas las condiciones de grandes desigualdades que obstaculizan un adecuado proceso enseñanza-aprendizaje.

La calidad educativa se ha visto afectada y de regreso a la presencialidad, maestros y alumnos se enfrentan al desafío de avanzar y buscar reducir el impacto del tiempo que no fue aprovechado debidamente.

El confinamiento tuvo efectos no solamente en lo cognitivo, sino también en lo emocional, alterando la manera de interactuar con otros, al mismo tiempo que nos obligó a avanzar en el uso de la tecnología como parte del día a día.

Pero no solamente en el ámbito educativo son palpables las secuelas del confinamiento, sino también en el laboral, a tal grado que el agotamiento crónico o “burnout” se ha extendido.

El tema ya ha sido abordado por diversas publicaciones, especialmente en el período inmediato de regreso a la presencialidad, pero sus efectos se extienden, aún ahora. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya había clasificado como enfermedad el “síndrome de estar quemado”, desde 2019, antes de la pandemia; quizás todo el agotamiento emocional por lo sucedido en el mundo entero y sus afectaciones a la vida personal, solamente han acentuado su presencia.

La desmotivación constante, el rendimiento reducido, la falta de energía, combinados con algunos síntomas físicos como dolor de cabeza o de estómago, podrían indicar que este síndrome está presente.

El mundo competitivo en el que nos encontramos actualmente, en el que alcanzar logros es un llamado constante, junto con la oportunidad que nos brindan las redes sociales de compararnos continuamente, podría estar ejerciendo una presión adicional.

Vivimos en una vorágine que agota. Recuerdo que al inicio de la pandemia era frecuente encontrar mensajes en redes sociales que motivaban a leer y estudiar, algunos en verdad intensos. Confieso que caí en la trampa de querer demostrar que yo podía. En esos días leía sin parar, tomé un curso de mi área, impartí charlas, como si se tratara de un reto de ser y parecer más productiva que nunca. Me quemé, quizás como muchas otras personas.

Fue hasta después de una enfermedad física que me di cuenta de ello y esto me ha llevado a replantearme mi propio estilo de vida y la necesidad de buscar mi bienestar integral: físico y mental. Nadie me impuso vivir tan de prisa, yo misma fui, por ser más productiva.Conozco otras personas que al igual que yo, han vivido o viven situaciones similares. La identificación del burnout y las maneras de afrontarlo no son tema solamente personal, sino que tienen que ser abordados por las empresas, desde una perspectiva integral de salud.

El riesgo para las personas es la insatisfacción permanente con la vida y la pérdida de la salud en diversas dimensiones. Para las empresas, el riesgo es la baja productividad asociada al estrés crónico y la rotación de personal, que muchas veces es difícil de reemplazar. Todos ellos son motivos de sobra para abordar este tema con seriedad y compromiso, a través de programas destinados al conocimiento personal y al balance de vida.Comprender que la salud es tanto física como mental es el primer paso. El acompañamiento tanto en el sistema educativo como en las empresas puede marcar la diferencia en los resultados.