28/03/2024
12:00 PM

Gotas de fe

Henry Asterio Rodríguez

He tenido la oportunidad de visitar Turquía, un país lleno de contrastes, que hoy en día sigue siendo punto de encuentro entre Europa y Asia menor, lugar de mezcla de culturas, y que otrora fue el terreno fértil en el que San Pablo y San Juan encontraron, más allá de las fronteras de Palestina, gente con el corazón abierto al Evangelio de Cristo, como lo atestiguan las cartas paulinas y el libro del Apocalipsis.

Me ha sorprendido el patrimonio cultural y arqueológico que esta tierra tan lejana esconde, y la importancia que un día tuvo para la cristiandad, los grandes santos que otorgó a la Iglesia como Santa Tecla, San Timoteo, San Policarpo o San Ignacio de Antioquía. La rica teología que entre sus cuevas, monasterios, iglesias y basílicas se desarrolló, y los concilios que aquí se celebraron y que han dejado una huella indeleble en la doctrina cristiana católica de todos los tiempos.

Pero hoy, todo esto es solo el recuerdo de un esplendoroso pasado, que, si no fuera por los vestigios que las grandes basílicas cristianas han dejado, estuviera casi perdido y olvidado. Turquía es un pueblo predominantemente musulmán, aunque en la práctica sus ciudades se diferencian entre la tradicional observancia islámica, y una sociedad turca más secularizada y moderna.

Aun así, de cuando en cuando se gestan persecuciones puntuales contra la cada vez más escasa población cristiana. Ejemplo de esto, fue el asesinato de monseñor Luigi Padovese en 2010, quien entonces era el presidente de la Conferencia episcopal turca, a manos de extremistas. Desde entonces toda celebración cristiana cuenta con vigilancia policial por parte del gobierno.

No obstante, la misión de la Iglesia en esta parte del mundo es hoy sumamente difícil y digna de admiración. En Tarso, ciudad que vio nacer al apóstol San Pablo, no hay cristianos, la iglesia que conmemora el nombre del ciudadano más ilustre de esta ciudad, es un museo, en el que de vez cuando se celebran eucaristías con grupos de peregrinos.

Tres heroicos sacerdotes del instituto del verbo encarnado viven su vida contemplativa en constante riesgo, atienden los grupos cristianos que visitan la ciudad y rezan por los cristianos de Turquía. En nuestra peregrinación, cada iglesia o capilla, ha sido un oasis, una gota de agua en este desierto de fe, lleno de ruinas cristianas, que no únicamente deben evocar el pasado, sino advertir sobre el futuro de una Iglesia que debe ser “semper reformanda”, para evitar quedar reducida a un objeto de arqueología.