18/04/2024
12:27 PM

Esperanza para no desmayar

Elisa M. Pineda

Hay motivos de sobra para sentir que nos enfrentamos a desafíos que demandan de una inversión enorme de recursos, especialmente de uno que es muy escaso y que nos pesa cada vez más: el tiempo.

El tiempo que dejamos correr, como si se tratara de un grifo de agua abierto a plenitud, cuando desarrollamos proyectos y acciones aisladas que no logran un impacto sustancial, acorde con la magnitud de los desafíos del país.

Basta con observar la situación de la niñez en Honduras para darse cuenta del terrible deterioro de una sociedad como la nuestra.

Hace pocos días, la Asociación para una Sociedad más Justa (ASJ) dio a conocer su informe “Índice de impunidad y respuesta institucional ante el abuso sexual infantil”, que revela que en Honduras cada seis horas un niño o niña es víctima de abuso sexual infantil y más del 83% de los casos quedan en la impunidad.

Casi al mismo tiempo, la Secretaría de Educación presentó el informe “Monitoreo de la percepción de los principales autores de la educación”, que señala que la suspensión de clases presenciales por la pandemia tendrá un fuerte impacto negativo en la educación de los niños, niñas y jóvenes.

La investigación señala que las áreas más afectadas han sido la lectoescritura y las matemáticas, especialmente por la lentitud del aprendizaje, lo que retrasará la adquisición de competencias básicas en esas áreas en un período de siete y 11 años respectivamente.

La dificultad del acceso a la educación, a la justicia y la ausencia de un entorno adecuado para su pleno desarrollo marcan a las nuevas generaciones.

A lo anterior hay que sumar el deterioro del tejido social, que tiene un fuerte impacto negativo en el desarrollo integral de las personas. El débil sentido de pertenencia a una sociedad muchas veces hostil y permisiva, sumado a la ausencia de valores aprendidos a temprana edad y compartidos con el entorno, han definido el terrible escenario en el que hoy nos encontramos.

En ocasiones parece que todo está perdido; sin embargo, nos queda la oportunidad de generar alianzas entre todos los sectores para abordar esos grandes temas que nos inquietan, cada quien desde sus propias posibilidades.

Sería un error esperar que el Gobierno resuelva todos los problemas que aquejan a Honduras.

Hay bastante trabajo con restablecer el Estado de derecho y, dentro de él, garantizar la protección de los derechos humanos de todos, especialmente de los niños y niñas.

Si articulamos voluntades y acciones concretas, podemos cambiar lo que ahora tenemos. Quizá el primer paso sea restablecer la esperanza para no desmayar.

Hace pocos días leí en redes sociales un mensaje del obispo de la iglesia católica en San Pedro Sula, monseñor Ángel Garachana, que decía: “(...) El contexto propio de la esperanza es la prueba, por eso, cuanto más hondas y permanentes son las crisis, más arraigada, audaz y creativa debe ser la esperanza (...).”

Desde esa perspectiva, reconozcamos la dura realidad que enfrenta la niñez y la juventud, pero no para quedarnos en ella, sino como un llamado a actuar, con esperanza, por ese cambio que deseamos.

El diálogo y la acción de toda la nación es indispensable. Corresponde a las autoridades señalar el camino, pero la responsabilidad de nuestro presente y futuro es compartida.