12/01/2025
11:32 PM

Es solo un deporte

Renán Martínez

Qué bueno que Honduras le ganó a México el viernes anterior en el estadio Morazán de San Pedro Sula. Por lo menos esta alegría efímera hace olvidar a los aficionados del fútbol los múltiples problemas que enfrenta el país, aunque no deberíamos desconocer, de ninguna manera, la situación que están pasando los compatriotas afectados por la catastrófica tormenta tropical Sara.

Lo censurable en ese encuentro deportivo es que no se justifica, de ninguna manera, que fanáticos le hayan roto la crisma al director técnico del equipo azteca porque, dicen, estaba vociferando y haciendo señas indecorosas contra los catrachos eufóricos por la victoria. Al fin y al cabo, los encuentros deportivos no son más que un juego en el que los jugadores y los aficionados saben que pueden ganar o perder. Entonces por qué recurrir a la violencia, sea cual sea el resultado, pues, si este es favorable o adverso, en nada prestigia o desprestigia al país.

Lo que honra a una nación es su desarrollo, su cultura, el espíritu de trabajo de sus habitantes y el verdadero amor por el deporte, entre otras cualidades. Mientras tanto, el desprestigio de un país está asociado con el atraso, el fanatismo y la corrupción de sus gobernantes.

Tenemos un antecedente funesto sobre las consecuencias de un fanatismo violento en el fútbol: la guerra de las cien horas entre dos empobrecidas naciones hermanas en 1969.

El conflicto se originó a partir de disturbios que se produjeron durante un partido de clasificación para la Copa Mundial de 1970, en el que Honduras y El Salvador disputaban un cupo. A pesar de que el conflicto tuvo causas más serias que un partido de fútbol, la prensa de Centroamérica y México lo bautizó como la “guerra del fútbol”.

Un ejemplo de países, pequeños como el nuestro, que han logrado salir de su atraso es Singapur, el cual, con el paso del tiempo impresionó al mundo con sus altos niveles de educación, sanidad y competitividad económica, al tiempo que atacó frontalmente la corrupción, considerada un mal endémico en el pasado reciente del país asiático.

Alcanzar la altura de Singapur requiere crear incentivos para atraer empresas extranjeras y construir un excelente sistema educacional y consecuentemente una cultura que no dé lugar al fanatismo futbolero, político ni de cualquier otra índole.