Definitivamente que el mundo inició el año 2020 en convulsión amenazadora: primero las tensiones militares entre Estados Unidos e Irán que conoció hasta hoy su punto más álgido con el asesinato de un alto general iraní en el aeropuerto de Bagdad.
A ello le siguieron unos incendios horripilantes que devoraron miles y miles de hectáreas en Australia, las imágenes de la realidad australiana parecían superar con creces la ficción que nos habían mostrado series y películas que rayaban en lo apocalíptico.
Y mientras todo ello sucedía se estaba germinando entre las sombras de una poco conocida provincia china el virus Covid-19 que ahora está extendido en 180 países de la Tierra con más de un millón de contagiados y miles de muertes en su cuenta.
El desafío que enfrenta ahora la humanidad encuentra precedentes en temibles pandemias que se propagaron en los siglos anteriores, aquellas aunque ciertamente fueron letales y apagaron miles de vidas, por obvias razones no tuvieron el impacto mediático que tiene el Covid-19.
La inmediatez de las redes sociales, plataformas digitales y todo el arsenal tecnológico en las comunicaciones globales puede ser la cuna de la desinformación generalizada que propague más rápidamente enemigos más peligrosos: el miedo, el pánico y el temor.
De ninguna manera pretendo con ello minimizar de manera irresponsable la seriedad de este virus, más bien es necesario aprovechar dicha globalización de la información para acceder a fuentes completamente fiables que sean capaces de guiar de manera correcta en este trance, de ahí que es necesario ser selectivo en lo que vemos y leemos.
¿Qué debemos hacer en medio de esta circunstancia? Buscar a Dios, que el Señor indague los corazones para asegurarnos de que estamos en paz con el Dios de la vida; seguir en casa sin salir a ninguna parte siguiendo de manera radical todas las medidas de higiene de lavado constante de manos, entre otras recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud.
