Y en ese momento me di cuenta de lo que eso representaba. Tener el valor de llegar a ese punto. Porque anteriormente a veces no era capaz de hacerlo. Y es que el ser humano en su afán de pertenecer a un grupo social a veces elude las responsabilidades que le atañen directamente con el fin de agradar.
La conciencia de grupo lo obliga sutilmente en un sentido de pertenencia que le inhibe ser el mismo. Por ser aceptado transige con sus valores. Y fácilmente dice Sí cuando debe decir NO. Sin pensarlo, sin analizar que esta atentando contra su propia individualidad, contra su autoestima. Y que esa respuesta lo sitúa en un punto vulnerable para el mismo, porque no es correcta. Y de repente se acomoda y lo hace fácil, y hasta se vuelve una actividad que se interpreta como normal. Incluso fonéticamente, el Sí se oye mejor. Es amigable. En cambio, el NO se interpreta como violento. Cortante.
El decir NO cuando se quiere decir NO implica una gran responsabilidad. Pero es definitivamente el mejor mensaje que mandamos en cuanto a lo que somos, a lo que debemos ser. Es la identificación más precisa que podemos exhibir de lo que estamos hechos. NO, porque va contra mis ideas, contra mis principios, contra mis concepciones, contra mis sueños. contra mis deseos, contra mi manera de interpretar la vida.
Se trata de estar a gusto y en armonía con la vocecita de adentro, con la voz invisible, la que nos afronta cuando estamos solos y sin el bullicio de la tribu alrededor, cuando no tenemos escapatoria porque estamos solos con ella. Cuando nos pregunta cómo vivimos ese día, qué hicimos para vivirlo de acuerdo con lo que se esperaba de nosotros.
Un NO con propósito. Bien dicho. Firme, fuerte, sonoro, que no deje lugar a dudas, que no dé lugar a réplica. Para cuando la dualidad toque a la puerta y quiera ponernos a prueba.
En esa ocasión, hace mucho tiempo, dije NO y fue lo correcto. Desde entonces la uso sin miramientos para defender mi verdad y principios.
Es impresionante cómo una palabra tan pequeña encierra tanto poder.